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sábado, 18 de julio de 2015

Colombia. Las suicidas de El Carmen de Bolívar

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Hay aplausos, bailarines de cumbia, gritos, champeta. Hay confeti, actores de teatro, chicas sobre las sillas, viejos escuchando de pie. Hay una tarima y, sobre esta, el vicepresidente Germán Vargas Lleras y el gobernador de Bolívar, Juan Carlos Gossaín. El motivo de la celebración: es 3 de julio de 2015, y después de 60 añosy seis amagues, inauguran, por fin, el acueducto de El Carmen de Bolívar.
En el hirviente estadio 7 de Agosto, a pleno mediodía, centenares de carmeros se agrupan para escuchar las buenas nuevas en la voz del vicepresidente: “El gobierno de Santos le cumplió a El Carmen como nadie nunca lo había hecho antes”, dice. Sin embargo, una vez termina el evento, lo rodean periodistas y le preguntan por el caso de la enfermedad que padecen las niñas del pueblo. Él no responde.
Paralelo al evento y más en privado, la viceministra de Protección Social, Carmen Eugenia Dávila, se reúne con la asociación de padres de las niñas que, desde marzo de 2014, dicen haber sido afectadas por la vacuna del Virus del Papiloma Humano. Dávila les da un parte de tranquilidad: las instituciones prestadoras de salud (IPS) han prendido sus alarmas para atender con urgencia la crisis que sufren sus hijas, tanto en lo físico como en lo psiquiátrico.
A finales de mayo de 2014, veintitrés niñas del pueblo se desmayaron durante su jornada escolar. Pocos días después, el Hospital Nuestra Señora del Carmen colapsó cuando otras 233 llegaron con los mismos síntomas: parálisis en piernas y brazos, dolor de cabeza, dolor en el pecho y convulsiones.
Los padres de las niñas encontraron como denominador común de los casos las vacunas del VPH que les habían sido aplicadas en el colegio. Desde entonces le han reclamado al Estado por respuestas y soluciones. En enero de este año el Instituto Nacional de Salud (INS) publicó el resultado de la investigación sobre el caso donde se concluye que la vacuna no es responsable por las crisis de las niñas, y cierra con un diagnóstico: enfermedad psicogénica masiva, es decir, histeria colectiva.
La crisis, que no ha parado, 930 casos se han registrado a junio de 2015 según la Asociación de Padres de Familia de Niñas afectadas por la Vacuna del VPH, ahora tiene un agravante: desde hace algunos meses se han presentado varios intentos de suicidio dentro del grupo de niñas afectadas. Aunque no se lleva registro de los casos, se habla de entre diez y doce intentos, dentro de los cuales está el de Sofía Tovar, quien murió el pasado domingo 28 de junio, después de ingerir el herbicida Paraquat Gramoxone.
Los médicos de El Carmen conocen bien los casos pero no les gusta dar declaraciones. Sólo uno, el doctor Ramón Alfonso Torres, egresado de la Universidad de Cartagena, dio algunos detalles. Él cuenta que ha tratado varias niñas con la misma patología desde mayo de 2014. Los síntomas que presentan son: espasmos tónico-clónico (convulsiones), pérdidas de la consciencia, espasticidad, angustias y deseos de morir. Dice que las niñas se están deteriorando física, mental y moralmente.
La secretaria de Salud de Bolívar, Ingrid Viviana Carriazo, que también asistió a la inauguración del acueducto, me contó que después de los resultados de la investigación del INS, “lo que se está haciendo es una intervención a las niñas una a una a través de sus EPS. Ante el caso de Sofía, se intensificó la atención psiquiátrica a las pacientes”. También dice que no hay respuestas definitivas frente a los casos de las niñas que sí presentan síntomas físicos reales de respuesta a la vacuna del papiloma: “La salud del individuo es totalmente particular y depende de las condiciones físicas de cada quien”, argumenta.
Para entender un poco más sobre el fenómeno de los intentos de suicidio de El Carmen de Bolívar (aparentemente anómicos, debido a la falta de atención social por parte del Estado), me acerqué a cinco de las niñas que intentaron suicidarse en los últimos meses. Esto fue lo que encontré:
María Camila Ramírez – 17 años.
Cien pastillas para la epilepsia.
María Camila Ramírez se refresca con su abanico blanco. Blanco, igual que las paredes, el piso y las mecedoras de la terraza de su casa, donde nos encontramos sentadas en una tarde de sábado. Ella viste un traje negro escotado y vaporoso, bastante adecuado para los más de 40 grados centígrados que hacen.
María recibió la primera dosis de la vacuna contra el VPH en septiembre de 2013 y la segunda el 10 de marzo de 2014. En agosto de ese mismo año, mientras estaba en el colegio, empezó a sentir dificultad para respirar, se fue quedando sin oxígeno y luego perdió el conocimiento. Lo siguiente que recuerda es estar en el hospital. Después de ese primer episodio, vinieron otros síntomas como tics en las piernas y parálisis en las manos. En los meses posteriores, el periodo menstrual le empezó a cambiar. Los exámenes arrojaron quistes en los senos, los ovarios y problemas de tiroides.
María Camila hizo parte del grupo de nueve niñas que viajaron a Bogotá a mediados del año pasado para ser examinadas. Fueron atendidas por Camilo Uribe, toxicólogo asignado por el Estado colombiano para llevar el caso desde el primer brote. El diagnóstico que recibió fue intoxicación por metales pesados y le mandaron un tratamiento: gabapentina, trazodona y propanolol, medicamentos usados para tratar pacientes con epilepsia.
Este año, en el mes de febrero, María Camila se tomó, en una sola ingesta, 100 pastillas que le quedaban de su tratamiento. Cuenta que ese día llegó del colegio a las 12:30 p.m. , buscó un vaso de agua, se encerró en su cuarto, tiró las pastillas sobre la cama y se las fue tomando una a una hasta terminarlas todas.
Cuando Marbel, su madre, llegó del trabajo a las 6:00 p.m., fue a su cuarto, la vio dormida y trató de despertarla. Al acercarse, descubrió los sobres de pastillas vacíos y vio que la mirada de su hija estaba perdida y no respondía. Se la llevó de inmediato a urgencias donde le hicieron un lavado de estómago y la remitieron a una clínica psiquiátrica en Cartagena, donde estuvo por quince días.
María Camila dice que ya estaba cansada de ir tanto al médico. Siempre le decían que era algo psicológico, que era locura, que eran inventos, que era histeria colectiva. Tanto tomar remedios que no servían para nada la llevaron al hartazgo. Para ella es muy incómodo porque la mayoría de las niñas que presentan síntomas están en último grado del colegio y deben ir a estudiar el año que viene a otras ciudades donde no estarán con sus mamás. “Es preocupante pensar que lejos de nuestras familia vayamos a presentar las crisis y no haya quien nos auxilie”.
Ana Lucía López Mercado – 14 años.
Unos tragos de Clorox.
Ana Lucía arranca a llorar sentada en una de las mecedoras de la sala de su casa. Sobre sus mejillas claritas caen lágrimas que resbalan hasta sus labios aún pintados de rojo por una paleta que se comió hace un rato. Su hermana de tres años, que parece una versión pequeña de ella, juega entre sus piernas y balbucea palabras mientras Ana cuenta cómo en febrero intentó suicidarse ingiriendo Clorox.
Entre ella y Libia, su madre, cuentan que ese día estaban en casa y Ana Lucía quería ir a una fiesta, pero como durante los últimos días había presentado los síntomas atribuidos a la vacuna, Libia decidió no dejarla salir. Entonces, Ana Lucía decidió tomar Clorox. Acto seguido, la llevaron de urgencias y una vez de alta, los médicos la mandaron a tratamiento psiquiátrico.
Libia, que está sentada junto a la niña, cuenta que Ana Lucía comenzó a presentar los síntomas el 23 de julio de 2014. El primer síntoma que evidenció fue desmayo y rigidez en los miembros inferiores. Ella guarda las historias clínicas desde el primer día y aunque no tiene el número exacto de veces que la ha llevado a urgencias, sabe que han sido tantas que no las puede contar.
El día que Ana Lucía convulsionó por primera vez, hubo varios casos más de convulsiones en el colegio. Cuando los padres de familia se reunieron y comentaron sobre lo que estaba pasando, se habló de la posibilidad de que fuera la vacuna, pero Libia dijo que a su hija no la habían vacunado. Entonces, Ana Lucía la interrumpió y le dijo que en el colegio le habían colocado dos dosis en los últimos meses.
“No le pidieron permiso a los padres de familia para colocarle las vacunas a las niñas”, denuncia Libia.
Lina María Pelufo – 18 años.
Antidepresivos para cerrar la tráquea.
Lina María entra de afán a su casa, es mediodía y acaba de salir de clases. Viste unos pantalones negros con flores negras estampadas, una camisa que parece del uniforme de una enfermera y unos tenis Converse color negro. Terminó el colegio en diciembre y ahora estudia Atención para la Primera Infancia.
Cuenta que recibió la primera dosis de la vacuna el 5 en junio de 2013 y la segunda dosis en marzo de 2014. Un día de julio de ese año empezó a sentir calor en los pies, “como si le estuviera hirviendo la sangre por dentro”. Al día siguiente en el colegio se intensificó el malestar, se le adormecieron las piernas, se le torcieron las manos y lo último que recuerda es sentir un fuerte dolor de cabeza. Cuando recuperó la consciencia estaba en la sala de urgencias del hospital, se había desmayado. En los siguientes 12 meses no ha parado de presentar síntomas de manera regular.
En febrero Lina viajó con un grupo de padres de familia y otras niñas afectadas a Bogotá con fondos recogidos por la Asociación de Padres de Familia de Niñas afectadas por la Vacuna del VPH. Durante esos días le hicieron exámenes psicológicos, psiquiátricos, de sangre y físicos. En los resultados se expone que Lina presenta una válvula del corazón tapada y que tiene intoxicación en la sangre por metales pesados. Ante esto, el toxicólogo Camilo Uribe le recetó Sertralina, un antidepresivo para contrarrestar los síntomas de sus crisis.
Hace cinco días Lina se tomó el triple de la dosis recomendada por el doctor y tuvo que ir a urgencias por intoxicación. Dice que alguien le contó que si se tomaba más pastillas de la cuenta, los órganos se le hinchaban por dentro y se le cerraba la tráquea.
Según Lina, el gobierno cree que ellas no están enfermas porque las ven saliendo y haciendo vida normal. Pero dice que aunque los síntomas siguen, prefiere no volver al hospital porque sabe que no van a hacer más que ponerle suero y Dipirona para el dolor en el pecho. Eso la hace sentir mal, “cojo rabia y me siento triste. Pasa un mes y no siento los síntomas, pero de repente todo comienza de nuevo”.
María Camila Díaz – 15 años
Cortarse las venas.
En la puerta de la casa de Sandra Cermeño se hace un remolino de polvo, es la entrada a un pasillo que tiene dos puertas de tela. Al fondo hay un patio con una cocina improvisada cargada de ollas, bolsas, ropa, imágenes de la virgen, carteles políticos, platos, un par de gallinas y un gato que revolotea por el suelo. En el lugar, además de Sandra, viven su marido, una niña menor de 2 años, los dos sobrinos adolescentes de su marido, su suegra, la hermana de su suegra y el esposo de la hermana de su suegra. Todos nos ven conversar en este momento.
Sandra es delgada, viste unos shorts verdes y un pequeño suéter negro. Está sentada en una silla de madera con las piernas cruzadas mientras narra el caso de su hija. Cuenta que en septiembre de 2014 llevó a María Camila al hospital porque tenía un dolor en el ovario y el ginecólogo le mandó una citología por urgencias. Dice que como no podía seguir atendiéndola, ni mandarle un tratamiento en ese momento, le puso una cita por consulta para el 12 de septiembre. Ese mismo día, una vez salieron de la consulta, María Camila se desmayó por primera vez, y desde ahí “ya nunca tuvo descanso”.
Cuenta Sandra que María Camila no recibió las vacunas en El Carmen de Bolívar, sino en Cali. Ahí le aplicaron la segunda dosis en mayo de 2014. En los meses que han pasado desde entonces le han descubierto quistes en los senos y en los ovarios. Los tratamientos han sido muy costosos, pero la solución llegó con una bioenergética de Santa Marta que le ha hecho sesiones de quelaciones naturales y desde ese momento no ha vuelto a tener síntomas.
María Camila ha intentado suicidarse dos veces. La primera fue hace cuatro meses, lo hizo cortándose los brazos mientras se buscaba las venas. La segunda vez fue hace un par de semanas, usó el mismo método, pero esta vez se cortó la barriga. Los exámenes de María Camila han salido normales y los médicos han diagnosticado los síntomas de María Camila como psicológicos. La Mutual Ser, promotora de salud de la Costa Atlántica Colombiana, dijo que la llamarían para asignarle una psicóloga, pero nunca lo hicieron.
Carmen Elena Martínez – 19 años
Paraquat en leche.
Carmen Elena está sentada en el patio de su casa, un terreno colindante con un arroyo de agua que además de ser criadero de culebras, está cargado de basura. Las moscas abundan y orbitan alrededor de Carmen como si estuvieran premeditando lo que nadie quiere decir: parece que Carmen estuviera muriendo.
Ella es morena, de rasgos anchos y su piel está llena de cicatrices causadas por un acné reciente. Tiene la cabeza cubierta con un gorrito negro con blanco para ocultar los tres mechones de pelo que le están saliendo. Se le cayó todo por una intoxicación que sufrió hace unas semanas al ingerir Paraquat Gramoxone, el mismo herbicida con el que se suicidó Sofía Tovar.
Ese día llegó a casa después de recibir la sustancia de manos de su primo, se sirvió un vaso de leche, le echó el veneno y se lo tomó. Eran las 9 de la mañana. Al principio sintió debilidad y empezó a caminar por la sala, el patio y luego se desmayó. Pasó cinco días internada en una clínica de Cartagena.
María, su hermana mayor y quién se ha encargado de todo lo relacionado con su salud, cuenta que Carmen recibió la segunda vacuna el 5 de abril de 2014 y los síntomas comenzaron el 8 de septiembre del mismo año: mareo, pérdida de fuerza en las piernas, desmayos y convulsiones.
El Carmen de Bolívar es uno de los 58 municipios de consolidación, una apuesta nacional por las regiones donde hubo presencia armada ilegal y que tienen alto potencial económico, social y ambiental. Esto ha mejorado las condiciones de seguridad del pueblo. En 2014 se presentó sólo un asesinato y fue pasional. El Estado invierte, hace presencia y pone en la prensa sus grandes obras de infraestructura, pero el comentario general de los carmeros es que la gran deuda radica en los temas relacionados con salud y educación.
El informe del INS ha servido de escudo protector para cualquier acusación de los padres de las niñas enfermas, que ya tienen la boca rajada de pedir ayuda y que han gastado lo poco que tienen para sanar a sus hijas. Se tiende a pensar que los bajos niveles de educación los hacen fuentes poco confiables, pero nada más confiable que ver a una niña afectada perder el control de su cuerpo y convulsionar como si tuviera el diablo adentro.
Hay múltiples informes internacionales que responsabilizan a la vacuna del VPH por la patología presentada en chicas de otras ciudades y países con los mismos síntomas que las niñas de El Carmen. Habrá que ver si el Estado colombiano le dará la cara a sus ciudadanas o si dejará que sigan llevando el problema hasta la última etapa del desespero: el suicidio.


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