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miércoles, 12 de noviembre de 2014

La aventurera solitaria, Delia Akeley (1875-1970)


Delia Akeley tuvo una vida llena de aventuras. Junto a su segundo marido, Carl Akeley, viajó a África en busca de ejemplares de elefantes para el Museo de Historia Natural de Nueva York y consiguió salvarle la vida a Carl en una de esas peligrosas cacerías. De vuelta a los Estados Unidos se llevó con ella un mono que le hizo la vida imposible. Separada del famoso taxidermista, Delia no abandonó su pasión por África y decidió viajar en solitario al Congo Belga para explorar las tierras en las que vivían los curiosos pigmeos. Además de contribuir al mundo de la antropología y la ciencia, Delia Akeley demostró que una mujer sola podía adentrarse en territorio africano y vivir las mismas aventuras que sus colegas expedicionarios.

Una joven rebelde
Delia Julia Denning nació el 5 de diciembre de 1876 en Beaver Dam, Wisconsin, en el seno de una familia de granjeros. Delia era la pequeña de los nueve hijos de Patrick y Margaret Denning, una pareja de origen irlandés. Conocida familiarmente como Mickie, Delia fue siempre una joven inquieta a la que le gustaba más jugar a juegos de niños que de niñas.

Con tal sólo trece años, Delia se fugó de casa y un año después se casó con un barbero llamado Arthur Reiss. Seguramente fue por mediación de Reiss que Delia conocería a su segundo marido. Ocurrió en una cacería, donde Delia se fijó en Carl Akeley y empezó a admirar su tarea como disecador de animales para distintos museos de historia natural. 



La esposa que salvó a su marido
En 1902, tras divorciarse de Arthur, Delia se casaba con Carl y se convertía en su más fiel ayudante en su ambicioso proyecto de recrear los hábitats reales de los animales a los que disecaba para hacer de su trabajo una labor científica y didáctica. 

En 1905 Delia se unía por primera vez a una  la expedición organizada por el Museo de Historia Natural de Nueva York y liderada por su marido para conseguir ejemplares de elefantes. Cuatro años después volvían a territorio africano en una nueva expedición en la que Carl fue atacado por un elefante. Fue gracias a la determinación de su mujer que el taxidermista pudo salvar la vida y volver sano y salvo a los Estados Unidos donde fueron recibidos como héroes y empezaron a codearse con la alta sociedad.

Pero Delia en aquellos años estaba más interesada en compartir su tiempo libre con un curioso animal, un mono al que bautizó como JT Junior y que se había traído de África con ella. Pero a pesar de que Delia cuidaba de él como si fuera un dócil animal de compañía, el mono se rebeló en varias ocasiones y llegó incluso a atacarla. Al final, JT Junior tuvo que ser trasladado a un zoológico.

La presencia del animalito fue una de las muchas razones que aparecieron en la lenta agonía de su relación matrimonial. Carl empezó a relacionarse con otra mujer y cuando Delia marchó a Francia en 1918 para colaborar con las Fuerzas Expedicionarias Americanas, él adujo abandono. El divorcio se hizo efectivo en 1923.

La vuelta a África, en solitario

Un año después, Delia decidió continuar con su dedicación a las ciencias naturales. Ahora que ya no iba a trabajar al lado de Carl, decidió marcha sola al continente africano. Su destino, el Congo Belga, donde pasó meses conviviendo con las tribus de pigmeos a los que estudió y fotografió. Que una mujer sola, acompañada de algunos ayudantes, decidiera mezclarse con culturas primitivas la convirtió en un personaje popular, sobre todo entre las mujeres que alababan su valentía. De hecho, Delia quitaba importancia a su aventura cuando aseguraba que el hecho de ser mujer y viajar sola le facilitaba el acceso a unas tribus que no veían en ella ninguna amenaza. 

De vuelta a Nueva York, publicó las imágenes y las conclusiones extraídas de su convivencia con los pigmeos del Congo.

Poco tiempo después volvió a casarse con un expedicionario retirado, el doctor Warren Howe, con el que vivió retirada de la vida pública hasta su muerte, acaecida el 22 de mayo de 1970. Tenía entonces noventa y cuatro años.


Por Sandra Ferrer

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