RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

viernes, 11 de julio de 2014

¡Heteropatriarcado!, ¡venimos las de abajo!

Por: Gisela Méndez

La diversidad es de lo más natural; más natural que dictarnos cómo tenernos que comportarnos, ser y sentir, porque lo han estipulado así desde instituciones creadas por el hombre (sí, por el hombre).
Dicen que la historia del heteropatriarcado viene de muy atrás, a grandes rasgos desde la división sexual del trabajo que vino tras los primeros asentamientos humanos agrícolas en el Neolítico (aproximadamente hace 10000 años) , tan atrás que lo tenemos ya instaurado en nuestro sistema subjetivo como algo objetivado, normal, naturalizado, que no puede ser de otra manera.
Sin embargo, si se abren los ojos, podemos observar que esa masa tan diversa que intentan convertir en uniforme, tiene muchos colores, más allá del conjunto binarista blanco/negro, que acaba traduciéndose en este aspecto de hombre/mujer, masculino/femenino. Nótese que el orden de los elementos en estas comparaciones no es aleatorio: lo blanco se considera superior a lo negro, como el hombre a la mujer, lo masculino a lo femenino.
¿Cómo es posible que existan personas que desencajen en la norma?
Pues la respuesta es muy fácil: la norma no existe de manera natural, en el sentido que es un constructo social. Lo que nos tendríamos que preguntar es cómo todavía nos creemos la norma cuando vemos tantas incoherencias comparándola con la realidad (esa real, la que pasa de verdad, la natural).
A dios no le gusta la diversidad: quiere que la especie humana siga viviendo por los siglos de los siglos (¡amén!), ¿pero cómo lo va a hacer si en el mundo sólo existe gente desviada, que fornica con personas de su mismo sexo, que no se reconoce con el sexo/género asignado, o hasta que ni tan siquiera quiere fornicar? (estos asexuales sí que son raritos…).
Aquí seguimos partiendo de la base biologicista, tal como en las oposiciones binarias. El argumento es que lo natural es lo biológico, entendido esto únicamente como la reproducción de la especie. Porque que yo no me identifique con ningún género o con el asignado, que es una construcción social impuesta, o que no me apetezca reproducirme, que ya bastante tengo conmigo misma, o que siga los dictámenes derivados del uso de mi capacidad de razonamiento y comprensión, eso no es biológico, aunque mi cerebro forme parte y sea el sustento de mi propia vida.
Al sistema capitalista, nacido hace apenas unos 4-5 siglos (un bebé comparado con el heteropatriarcado) tampoco le gusta la diversidad. También necesita que la especia humana siga viviendo por los siglos de los siglos, si no, ¿quién le sacará el negocio adelante? ¿La iglesia? ¡Si los curas se rigen por el celibato! Aunque en este caso, no es no-natural, ¿verdad?
Los movimientos sociales horizontales (excluyendo a los reformistas) y el anarcosindicalismo se centran en el capitalismo como el gran enemigo al que hay que derrocar: el capitalismo mata. Y bien cierto que es esto. La base de crecimiento de ese sistema es la explotación de unos seres que considera inferiores por parte de otros, que en teoría son superiores, para ellos mismos obtener beneficio, que son los que se quedan con la mayor porción de la tarta. La base como vemos, es considerar que hay personas superiores a otras: la de arriba/las de abajo, ¿les suena?
Como ven, se vuelve a partir de un par que se consideran opuestos. Lo difícil esta vez es que no se puede sustentar en una supuesta base biológica, así que nos inventamos otra serie de discursos legitimadores; en este caso encontramos el mérito y el logro: estamos donde estamos porque no queremos estar en otro sitio, las estructuras sociales no existen, y lo único que tienes que hacer para conseguir tu sueño es intentarlo con todas tus fuerzas, que tarde o temprano lo conseguirás, (y si no, siempre quedan otras vidas para ello).
Este discurso tan peligroso ignora el concepto de la estratificación social, con el que las personas se sitúan en distintos peldaños dentro de una escala según diversas variables que se entretejen entre ellos. Se habla de un continuum de prestigio y valor, cuando la realidad muestra que la movilidad social no es tan fácil, que las clases sociales sí existen, y el pertenecer a una u otra influirá en un alto grado en las oportunidades vitales. Y junto a las clases no podemos olvidar los otros parámetros que nos condicionan notablemente: género, etnia, edad, orientación e identidad sexual, etc.
Así, como seas mujer, negra, bisexual, transexual, y de la clase social baja, tienes muy poco que hacer. En cambio, el hombre, blanco, heterosexual, cisexual y de la clase social alta, en teoría tendrá las cosas mucho más fáciles, ya que se presupone que todo aquello que consigue es lo normal, no se cuestiona su integridad al hacerlo, y si sube en la escala social, no se pensará de él que se ha tirado al jefe.
El sistema capitalista se nutre en el sistema heteropatriarcal. Si este último es muy anterior en la escala temporal, y parte de distinciones claras superior/inferior (hombre/mujer, heterosexual/LGTBIA, blanco/negro,…), el capitalismo se sustenta en el estrato considerado inferior para que tradicionalmente ocupe la parte más baja.
No podemos negar que, quien desde un principio se ha considerado trabajador ha sido al hombre, bien macho, el sustentador y cabeza de familia. Las mujeres quedaron relegadas al papel invisible en el hogar, los negros a la esclavitud, y la diversidad afectivo-sexual es que ni existía, en el sentido de que no se reconocía.
Sobre esta escala de valores, de opresión y dominación hacia esos seres inferiores, se ha cimentado el capitalismo. Por tanto, por mucho que luchemos contra él, si no derribamos también el sistema de relaciones sobre el que se ha sustentado, no tendremos nada que hacer. De nada serviría crear un nuevo sistema económico-social si seguimos ignorando la gran esclavitud que sufrimos día tras día y que está completamente invisible a nuestros ojos: el sistema heteropatriarcal.
Por ello, el feminismo se erige como respuesta indispensable para una verdadera revolución social. Sin el feminismo, la revolución no será. Y aquí este concepto no es el que proviene de las instituciones, que se conforma con la igualdad entre mujeres y hombres: no queremos seguir formando parte de este sistema, no queremos estar en las mismas condiciones ni posiciones que el hombre “macho” exitoso desde el punto de vista de una sociedad capitalista y enferma, donde triunfa el que más consigue en aspectos sobre todo económicos, todo lo contrario. Queremos derribarlo, reconstruirlo y volverlo a construir sobre unas verdaderas bases de libertad. El mo debería entenderse como toda aquella lucha que busca que la diversidad se exprese, tanto la que se refiere a las identidades y orientaciones sexuales, como aquella que busca que no exista nadie inferior ni superior a nadie en ninguno de los aspectos de nuestras vidas, en fin, que busca la abolición del sistema heteropatriarcal. Por ello, por feminismo también entiendo la lucha LGTBIA-queer, ya que es el mismo enemigo al que se señala.
Y aquí es donde tenemos que exigir desde todos los movimientos sociales horizontales y el anarcosindicalismo, que jamás nos olvidemos de esta otra lucha que tenemos que llevar conjunta a la obrera. ¿O acaso seguimos sin ver el paralelismo entre la esclavitud de la clase trabajadora y la opresión feminista y LGTBIA- queer? ¿Qué queremos? ¿Construir una revolución social sin cuestionarnos nuestra forma de relacionarnos entre nosotras mismas? ¿Queremos conseguir la autogestión y la anarquía, eliminando los sistemas de control del estado y de la iglesia, pero luego seguir siendo nosotras mismas quienes nos convirtamos en las sombras, las opresoras de todo aquello que es diverso? ¿Cómo podemos ni tan siquiera anhelar esa revolución si nosotras mismas, si nos consideramos heterosexuales, no nos empatizamos con el resto de oprimidas, si seguimos viendo esa rebelión como algo ajeno?
¿Acaso no ven que ese sistema heteropatriarcal también les oprime a ustedes? ¿O acaso siguen creyendo que son libres, que han nacido así, tal cual, bajo la gracia de dios? ¿No creen que sería todo mucho mejor si no nos adoctrinasen /adoctrinásemos a nuestras hijas a odiar, discriminar, señalar… todo lo que no cabe en las categorías sociales, si nos dejasen crecer según vayamos sintiendo? ¿Acaso seríamos tal cual somos si nos hubiesen educado bajo unos parámetros realmente liberadores, sin tener esa obligación de encajar en la norma para no ser la rarita del grupo?
Ya está bien. Dejemos de ser hipócritas, y de linchar al sistema capitalista, cuando nosotras mismas con nuestro comportamiento e ideas le estamos alimentando. Dejemos de olvidarnos que toda la sociedad se vería beneficiada por la lucha feminista y LGTBIA-queer antipatriarcal. Dejemos de verla como algo ajeno a nosotras. No puede haber revolución si no se mata a la principal cabeza del sistema: el heteropatriarcado.
Porque la rebelión será feminista o no será. Porque el monstruo tiene dos cabezas que hay que cortar: el heteropatriarcado y el capitalismo.
Por la revolución, por la anarquía, ¡viva la lucha feminista!

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