RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

jueves, 11 de julio de 2013

La emperatriz sin corona, Catalina Schratt (1853-1940)


De todos es sabido que reyes y príncipes, obligados a casarse casi siempre por razones dinásticas y casi nunca por amor, tuvieron más de una (y más de dos) amantes en su vida. Sus esposas (algunas también se aventuraron a tener amoríos, todo sea dicho) no siempre aceptaron el libertinaje de las cortes europeas. Muchas se rebelaron, otras se resignaron. Pero lo que hizo la emperatriz Elisabeth de Baviera fue del todo sorprendente. Con un matrimonio totalmente agotado y deseosa de huir de la constreñida corte vienesa, no dudó en buscar una compañera para el emperador. Alguien que ocupara su sitio en el corazón de Francisco José y que le facilitara a ella la libertad que siempre había anhelado. Pero ese alguien no debían hacerle demasiada sombra en las altas esferas del poder. Así que la escogida fue una actriz de teatro, sin demasiada alcurnia, pero que encandiló desde el primer momento al emperador. Catalina Schratt fue durante los últimos años de vida de Francisco José, su amante, con el consentimiento y la anuencia de la emperatriz.

La fierecilla domada
Elisabeth de Baviera
Catalina Schratt nació el 11 de septiembre de 1853 en la ciudad austriaca de Baden bei Wien. Hija de un panadero, desde pequeña sintió una profunda vocación artística. A pesar de que sus padres intentaron en muchas ocasiones persuadirla de lo contrario, Catalina consiguió su sueño y pasó sus primeros años como actriz viajando por Alemania, Estados Unidos, el Imperio Ruso y finalmente Austria.

En 1879 se casó con un aristócrata húngaro, Nikolás Kiss de Ittebe, al que le dió un hijo llamado Anton, y del que se separó poco tiempo después.

Años antes había debutado en el Stadttheater  de  Viena con gran éxito. Corría el año 1873 y Catalina había sido invitada a interpretar La fierecilla domada en una función de gala con motivo de la conmemoración del veinticinco aniversario de la subida al trono del emperador Francisco José. Aquella fue la primera vez que se veían.

Pasarían diez años hasta su siguiente encuentro público. Fue en 1883, cuando Catalina disfrutaba de gran éxito. El teatro de la corte, el Burgtheater, la había contratado para interpretar una obra llamada Pueblo y ciudad. En aquella ocasión, y como era costumbre entre los nuevos artistas contratados por el teatro, Catalina, junto con el resto de actores, fue presentada a la pareja imperial. Francisco José tenía entonces cincuenta y tres años y Catalina tan sólo treinta pero congeniaron desde la primera mirada. 

Dos años después, Catalina no sólo tuvo el gran honor de actuar ante la pareja imperial y el zar Alejandro III sino que ella y otros artistas fueron invitados a cenar con tan ilustres invitados. Fue en ese momento cuando Catalina conoció personalmente a la emperatriz Elisabeth.

Un retrato muy especial
Emperador Francisco José
Hacía mucho tiempo que el amor de novela que había iniciado la relación entre Francisco José y Elisabeth había desaparecido. La joven princesa bávara nunca asumió ni aceptó su papel en la corte de Viena y el amor fue desapareciendo. El enamoramiento que no se preocupó de ocultar Francisco José hacia Catalina no era el primero que sentía el emperador. Había tenido otras relaciones extraconyugales pero aquella joven actriz fue del agrado de Elisabeth para ocupar su lugar en el corazón del emperador y mantenerlo lo suficientemente ocupado como para poder huir de palacio y refugiarse en su poesía, sus viajes y su soledad. 

La aceptación de Catalina se mostró abiertamente cuando Elisabeth ordenó la realización de un retrato de la actriz. No sólo eso, sino que se presentó con el emperador en el taller del artista cuando se encontraba retratándola. 

Pero lejos de ser una situación violenta, con ese gesto Elisabeth mostraba a las nuevos amantes su aceptación de los hechos. 

La compañera del emperador
Desde entonces el emperador empezó a frecuentar la compañía de Catalina en su villa Frauenstein, cerca del pequeño pueblecito de Saint Wolfgang, observándola des del patio de butacas del teatro real o en el mismo palacio imperial de Schönbrunn donde era invitada por la propia emperatriz.

La relación entre el emperador Francisco José y Catalina Schratt siempre se movió entre el respeto y la timidez de ambos. Elisabeth había dejado atrás los ataques de celos ante los escarceos amorosos de su marido y había adoptado una extravagante actitud ante aquella relación entre la actriz y el emperador. Quizás había llegado, en su madurez, a aceptar que el amor ya no existía entre ellos y que aquella muchacha le iba a ayudar a vivir alejada del tumulto cortesano como siempre había deseado desde que llegara a Viena.

Argumentos que no convencieron a los otros miembros de la familia real, sobre todo a su amada hija María Valeria que nunca entendió aquel extraño trío entre sus padres y Catalina. Mientras había quien aseguraba que aquel “apaño” no era más que un amor platónico, eran muchos los que creían que era todo lo contrario y suponía una vergüenza para la familia imperial. Sea como fuere, no existen pruebas que demuestren que la relación de Francisco José y Catalina traspasara los muros de una simple amistad. 

Cuando la emperatriz Elisabeth falleció en 1898, Catalina Schratt perdió a su protectora. La excusa de frecuentar palacio como amiga de la emperatriz ya no valía ahora que había desaparecido. Irónicamente, Catalina empezó a actuar como Elisabeth, huyendo de Viena siempre que se sentía angustiada causando gran desolación en Francisco José.

Cuando diez años después de la muerte de Elisabeth moría también su marido Nicolás corrió el rumor de una boda secreta entre Catalina y el emperador. Pero una vez más no se pudo demostrar. Desde entonces hasta la desaparición de Francisco José en 1916, su relación siguió siendo respetuosa, tratándose de usted y viéndose en contadas ocasiones.

Catalina Schratt falleció en Viena el 17 de abril de 1940.


 Si quieres leer sobre ella


Reinas en la sombra
María Pilar Queralt del Hierro








La sombra de Sissi
María Pilar Queralt del Hierro









Por Sandra Ferrer

No hay comentarios.:

Publicar un comentario