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lunes, 24 de diciembre de 2012

La monja de Carrión, Luisa Colmenares (1565-1636)


La historia de la conocida popularmente como Monja de Carrión es la historia de una de las muchas mujeres condenadas por la Inquisición por suponer una amenaza al orden dogmático establecido. En un tiempo en el que la Inmaculada Concepción de María no estaba aun considerada como dogma de fe, el hecho de que una mujer defendiera tamaña superioridad en otra de su género y la elevara a escalones sobrenaturales, cuando ellas, entonces, estaban consideradas seres inferiores al hombre, era toda una osadía. 

El proceso contra Luisa Colmenares empezó por una acusación de algunas de las monjas de su convento que quisieron ver en la piedad y profunda fe de la monja un fraude. Lo que en verdad había sucedido era que Sor Luisa había querido igualar a todas las monjas de su convento y eliminar los privilegios de los que gozaban aquellas religiosas de alta alcurnia. Alabada y respetada por nobles y reyes, la monja de Carrión tuvo que sufrir la humillante acusación y sentencia del Santo Oficio. La muerte le llegó antes de poder escuchar la restitución de su honor, su fe y su persona.

Una virtud excepcional

Luisa Colmenares Cabezón nació en Madrid a mediados de mayo de 1565. Aquella no era la residencia habitual de sus padres. Juan Ruiz de Colmenares y Gerónima de Solís vivían en Carrión pero se habían trasladado a Madrid para visitar a un familiar que estaba enfermo y se habían instalado en la villa temporalmente.

Luisa procedía de una ilustre familia noble. Entre sus familiares se encontraba el famoso músico Antonio Cabezón. Su padre era criado del rey y su madre, antigua camarera de la emperatriz Isabel, ya tenía tres hijas de un anterior matrimonio. Viuda de su primer marido, Cristóbal de Urbina, Gerónima se casó con Juan con quien tuvo tres hijas más, entre ellas Luisa, además de un hijo varón. Tras pasar sus primeros años en Madrid, en 1581 ella y su familia se trasladaron de nuevo a Carrión de los Condes. Tres años después, el 10 de mayo de 1584, Luisa emitía sus votos en el Convento de Santa Clara de Carrión.


Convento de Santa Clara | Carrión de los Condes

Desde entonces Sor Luisa de la Ascensión fue una monja de profunda fe y virtud. Su piedad traspasó los muros del convento de clarisas y llegó a oídos de reyes y papas. Luisa pasaba largas jornadas a pan y agua y castigaba su cuerpo con mortificaciones y penitencias constantes. Su fama la llevó a mantener correspondencia con nobles, los papas Gregorio XV y Urbano VIII y el rey Felipe III quien la convirtió en algo así como su consejera espiritual a la que consultaba cuestiones de fe y de gobierno. Otros grandes nombres a destacar entre sus seguidores fue el príncipe de Gales que terminaría reinando en Inglaterra como Carlos IX quien la llegó a visitar en su convento de Carrión.

Una igualdad mal aceptada

En 1609 Sor Luisa era elegida abadesa del convento. Fue entonces cuando decidió poner orden y volver a las ideas originales de Santa Clara según las cuales todas las hermanas clarisas debían ser iguales dentro de sus cenobios. Esto significaba que las religiosas que provenían de la alta nobleza perdían sus privilegios y prebendas dentro del convento. Aquello, por supuesto, no sentó demasiado bien a aquellas que habían vivido como princesas terrenales aun habiendo dedicado su vida a Dios. 

La reacción no tardó en llegar. Las afectadas por la decisión de la nueva abadesa, encabezadas por doña Inés Manrique de Lara y doña Jerónima de Osorio, pusieron en duda que Sor Luisa fuera capaz de sobrevivir a pan y agua tantas jornadas seguidas y que su supervivencia fuera por intercesión divina. Así, la abadesa fue acusada de comer a escondidas mientras engañaba a los demás con su supuesta penitencia. 

El caso llegó a oídos de Felipe III quien no dudó en acusar a las monjas instigadoras de levantar falso testimonio y aplicarles un castigo ejemplar. La reacción de Sor Luisa fue inmediata pidiendo el perdón de sus acusadoras a quienes solamente se les mantuvo la condena de privarlas de sus velos durante dos años y prohibirles toda comunicación con nadie del exterior sin petición previa. 

Las monjas implicadas en el caso no quedaron satisfechas con el veredicto de perdón de su madre superiora y tanto ellas como sus familiares no cesaron hasta conseguir llevar el caso al mismísimo Santo Oficio.

La abadesa ante la Inquisición

A pesar de los esfuerzos de los superiores de la orden franciscana por intentar dejar al margen a la Inquisición, nada se pudo hacer para que se decretase una inquisitio y Sor Luisa fuera sometida a un interrogatorio. 

La monja de Carrión tenía entonces casi sesenta años y tras un humillante proceso para ella nada se encontró que se alejara de la ortodoxia. Aun así, antes de cerrar completamente el caso, se decidió su traslado temporal al convento de las Agustinas Recoletas de Valladolid, donde llegó el 29 de marzo de 1635. No había pasado un año cuando Sor Luisa fallecía el 28 de octubre de 1636 a causa de unas fiebres cuartanas. 

El inmaculismo peligroso

El caso de Sor Luisa Colmenares no terminó con su muerte. Durante años se continuó investigando sobre el supuesto fraude de su fe hasta que en 1640 se declaró su absolución, restituyéndose su fama y su memoria. Aun así, quedó prohibida toda veneración de la difunta abadesa. 

La Inquisición no quiso dar la absolución total a la memoria de Sor Luisa debido muy probablemente a su implicación en la promoción de la Hermandad defensora del Dogma de la Purísima Concepción. Dicha hermandad defendía que María había nacido libre de pecado. Esto venía a situar a una mujer, aunque fuera la madre de Jesús, como modelo de perfección humana, algo que, en aquella sociedad tradicionalmente misógina, no era aceptado con agrado por todos. Poner a una mujer como ejemplo de virtud y excelencia por encima de los hombres podía ser una provocación. Los franciscanos habían sido una de las órdenes que desde su creación en el siglo XIII habían defendido la Purísima Concepción de la Virgen.

Sor Luisa había fundado una hermandad conocida como los Defensores de la Purísima Concepción de la Virgen que había llegado a agrupar a más de 80.000 cofrades. Esto y no las acusaciones de algunas monjas ofendidas por su abadesa, podría haber sido el verdadero motivo del proceso con Sor Luisa, el hecho de haber sido mujer, inculta, y haberse inmiscuido en cuestiones teológicas que además ponían sobre la mesa la virtud y poder de otra mujer.

El 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío Nono, declaraba como dogma de fe la Inmaculada Concepción de la Virgen.

 Si quieres leer sobre ella

Mujeres pensadoras. Místicas, científicas y heterodoxas, Vicenta Mª Márquez

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