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domingo, 10 de julio de 2011

La Beltraneja, Juana de Trastámara (1462-1530)

El 7 de marzo de 1462, una niña de 11 años sostenía en sus brazos a un bebé que iba a recibir el bautismo. La niña era Isabel, quien la historia conocería como La Católica; el bebé, su ahijada, era Juana. La historia le depararía un triste apodo: La Beltraneja. Tía y sobrina, madrina y ahijada, no sabían en aquellos años que con el tiempo serían enemigas y dividirían las tierras castellanas en una cruel guerra de Sucesión.

Un nacimiento esperado y cuestionado
Pocos días antes, el 28 de febrero de 1462 había nacido el ansiado heredero de Enrique IV y Juana de Portugal. Poco importaba que fuera una niña, pues las leyes de entonces permitían a las mujeres reinar. Fue un gran alivio para el rey, quien se había ganado a pulso el apodo de El Impotente. Enrique había anulado su primer matrimonio acusando a su esposa, Blanca de Navarra, de no haberle dado un heredero, hecho que no evitó los rumores de impotencia del rey.

Aun así, Juana fue jurada en las Cortes de Madrid como Princesa de Asturias y se convirtió en heredera legítima al trono de Castilla. Un trono que le sería ofrecido y vetado en demasiadas ocasiones a lo largo de su vida.

La vida disoluta de la reina Juana y el poco carácter para gobernar de Enrique fueron aprovechados por una nobleza largamente enfrentada y ávida de poder. Y Juana fue el chivo expiatorio. A pesar de ser la heredera legítima no tardaron en levantarse voces dudando de su legitimidad. Un supuesto parecido con un miembro de la corte y al parecer amante de la reina dieron pie a las calumnias. El caballero era Don Beltrán de la Cueva. Su nombre fue origen del triste apodo que acompañaría a Juana, la Beltraneja.

El manifiesto de Burgos
En 1464, los nobles descontentos con el rey, encabezados por Don Juan Pacheco, Marqués de Villena, redactaron y rubricaron el conocido como Manifiesto de Burgos, en el que se atrevían a considerar públicamente a Juana como hija bastarda de la reina. En ese momento entró en escena el príncipe Alfonso.

Enrique IV era hijo de Juan II y María de Aragón. Juan II había tenido otros dos hijos de su segundo matrimonio con Isabel de Portugal, Alfonso e Isabel. Ambos medio hermanos de Enrique habían estado en la sombra, sobretodo desde que Juana llegara al mundo y se convirtiera en la primera en la línea sucesoria.

Los nobles disconformes con Enrique y en contra de su heredera Juana, utilizaron a Alfonso para eliminarlo a él y su descendencia de la línea sucesoria. Enrique fue incapaz de solventar aquella peligrosa situación que llevó a uno de los hechos más rocambolescos de la historia de España: La Farsa de Ávila.

La Farsa de Ávila
El 5 junio de 1465, la nobleza encabezada por el Marqués de Villena, depuso la efigie del rey y puso la de su medio hermano Alfonso en su lugar. Lo que ha pasado a la historia como la Farsa de Ávila supuso el punto álgido del descontento nobiliario. La nobleza rebelde y opuesta a Enrique demostraba con este hecho que iba a defender los derechos dinásticos de Alfonso.

La Farsa de Ávila trajo enfrentamientos armados que solamente terminaron con la sospechosa muerte de Alfonso tres años después. Con toda seguridad, fue envenenado. Pero la nobleza rebelde aun tenía otra oportunidad en la persona de su otra hermana, Isabel, quien, por ahora, no quería ningún problema con el rey. Pronto cambiaría de opinión.

Mientras el reino se levantaba en armas decidiendo sobre legitimidad y derechos reales, Juana y su madre vivían refugiadas en varios castillos y custodiadas por miembros de la nobleza.

Los Toros de Guisando
El 19 de septiembre de 1468 en la explanada de los berracos prehistóricos conocidos como los Toros de Guisando, Enrique IV ratificaba unos acuerdos pactados previamente con la nobleza rebelde. Entre otras cosas, proclamaba la ilegitimidad de su propia hija y aceptaba a Isabel como su heredera. De las muchas condiciones que se indicaban en el pacto, una era que Isabel debería casarse con la aceptación de su hermano el rey. Algo que no cumpliría.

Una prima rebelde
Un año después de la firma del Pacto de Guisando, Isabel se casaba con Fernando de Aragón en secreto y sin esperar la aprobación de Enrique. Al menos ese acto de rebeldía sirvió para despertar los sentimientos del rey que reaccionó revocando lo firmado en Guisando mediante la Declaración de Valdelozoya. Juana volvía a ser la legímita heredera.

A partir de ese momento los hechos se precipitaron. Mientras Enrique buscaba desesperadamente un marido fuerte para Juana que defendiera sus derechos dinásticos, volvía a dar un paso en falso reconciliándose con Isabel. Poco más podría hacer El Impotente pues el 11 de diciembre de 1474 moría súbitamente. También pudo ser envenenado.

Juana contra Isabel
Castilla quedaba sin rey, con una heredera dudosa y pocos partidarios y una tía que supo aprovechar la situación. Solamente dos días después de la muerte de Enrique, Isabel se autoproclamaba en Segovia reina legítima de Castilla.

Juana, apoyada por varios nobles, entre ellos la familia Mendoza, consiguió el apoyo de su tío el rey de Alfonso V de Portugal con quien se casó el 12 de mayo de 1475. Alfonso entró en Extremadura acompañado de un importante ejército dispuesto a casarse con su sobrina de doce años y luchar para defender sus derechos. Igual que Isabel, Juana y Alfonso se proclamaron Reyes de Castilla. La guerra de sucesión al trono castellano no había hecho más que empezar.

Juana y Alfonso tuvieron que hacer frente al poderoso ejército de Isabel y su esposo, Fernando de Aragón, mucho más preparado y efectivo. La lucha se alargó hasta que el 1 de marzo de 1476 en Peleagonzalo, a las puertas de Toro, el ejército portugués era definitivamente derrotado. Las armas habían dado la legitimidad a Isabel. Juana era derrotada para siempre.

La excelente señora
Juana de Trastámara huyó a Portugal con su esposo, abandonada por los nobles castellanos y las fuerzas internacionales. Francia hizo oídos sordos a sus peticiones de ayuda decantándose por Isabel y Fernando. Incluso la mano de los Reyes Católicos llegó hasta el papado que revocó la dispensa por consanguinidad emitida años antes. Así, Juana se encontró en tierra extraña, sin marido y sola.

El 4 de septiembre de 1479 terminaba oficialmente el conflicto sucesorio con la Paz de Alcaçovas. Portugal reconocía a Isabel y Fernando como reyes de Castilla. A Juana se le propuso casarse con su primo Juan, hijo de los Reyes Católicos o ingresar en un convento. La primera opción fue desestimada.

Tenía apenas 18 años cuando Juana ingresó en el Convento de Clarisas de Coimbra. Allí pasó el resto de su vida, aunque se le permitió salir bajo supervisión. Conocida como La Excelente Señora, allí sobrevivió a todos los que le negaron lo que ella siempre creyó su herencia, la corona de Castilla. La historia no le permitió que su nombre apareciera junto al rango de monarca, algo a lo que ella nunca se resignó. Hasta su muerte, acaecida el 12 de abril de 1530, Juana firmó todos sus documentos como “Yo, la Reina”.

 Si quieres leer sobre ella 
La Beltraneja, Almudena de Arteaga
Género: Novela histórica




Yo, Juana la Beltraneja. La reina traicionada, José Miguel Carrillo de Albornoz
Género: Novela histórica



Juana de Castilla, mal llamada La Beltraneja: Vida de la hija de Enrique IV y su exilio en Portugal, Tarsicio de Azcona
Género: Biografía






Ellas mismas, María Teresa Álvarez








Juana 









Autoria de Sandra Ferrer

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