RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

lunes, 31 de enero de 2011

La musa de Filippo Lippi, Lucrezia Buti (1433-?)


Hija de un rico comerciante de sedas en la Italia del Quatroccento, Lucrezia Buti vio como su brillante futuro se desvanecía con la súbita desaparición de su padre. Las deudas que éste dejó a su muerte, impidieron el mantenimiento de sus hijos. Lucrezia y su hermana Spinetta fueron enclaustradas en el monasterio de Santa Marguerita en Prato, a cambio de una humilde limosna. Pero Lucrezia nunca se imaginó al entrar contra su voluntad en aquellos santos muros que se convertiría en la musa de uno de los más brillantes pintores del Renacimiento.

Un encuentro inesperado

Se desconocen las fechas exactas tanto de la entrada en religión de las hermanas Buti, como del momento en que el gran pintor Filippo Lippi vio ante sus ojos la belleza de Lucrezia. Lo que sí se sabe es que Fra Filippo era en aquel entonces un famoso artista con tantos encargos a sus espaldas como deudas y problemas legales. El pintor se encontraba en Prato trabajando en los frescos de la catedral de Santo Stefano. Como también era monje carmelita, parece ser que ejercía de capellán en el monasterio de Santa Marguerita. Allí fue donde Fra Filippo vio por primera vez la perfección en el rostro de Lucrezia.

El rapto de la Santa Cinta

Después de entablar una tímida relación, el amor llegó inevitablemente. Supuestamente fue durante la festividad de la Santa Cinta del año 1456 cuando Fra Filippo se llevó a Lucrezia a vivir a su bottega ante la atónita y escandalizada mirada de las monjas del monasterio y de todos los habitantes de Prato.

Un amor contra toda regla

Filippo y Lucrezia se expusieron al escándalo y la vengüenza para mantener su amor. Consiguieron seguir viviendo juntos y aunque se sabe que el Papa Pío II les concedió una dispensa para que contrajeran matrimonio, parece ser que nunca se casaron. Su amor fue indigno a los ojos de los hombres pero ellos fueron siempre fieles el uno al otro. De su apasionada relación nacieron Filippino y Alessandra. Filippino sería reconocido como un gran pintor, incluso con más éxito que su propio padre.

Musa del pintor

Lucrezia nunca quiso ser monja. Su padre le había enseñado todos los entresijos del comercio de la seda y se preparaba para ser una gran señora de un gran comerciante. Al final no fue ni lo uno ni lo otro. Se convirtió en la compañera incondicional de un gran pintor al que inspiró grandes obras maestras. El rostro de su amada Lucrezia aparece en La Madonna de la Cintola como testimonio de un amor que parecía imposible y terminó siendo eterno.

 Si quieres leer sobre ella 

Los Milagros de Prato, Laurie Albanese y Laura Morowitz
Género: Novela histórica
Una maravillosa historia de amor narrada con respeto, sencillez y rigor histórico. Un fresco renacentista para leer sin interrupción.





Por Sandra Ferrer

martes, 25 de enero de 2011

Amante hasta la muerte, María Vetsera (1871-1889)


El nombre de la baronesa Marie Alexandrine Freiin von Vetsera no pasó a la historia tanto por ser una de las amantes del archiduque Rodolfo de Habsburgo, sino por su trágico final. Una fría mañana de enero de 1889, los cuerpos sin vida de María y Rodolfo eran encontrados en la cama del pabellón de caza que el emperador Francisco José I tenía en Meyerling.

Dispuesta a ser amante
A finales de 1888, la baronesa María Luisa Mendel von Wallersee, prima del Kronprinz, presentaba a Rodolfo a una joven aristócrata llamada María Vetsera. Nacida en Viena el 19 de marzo de 1871, María pertenecía a la pequeña noble húngara y su padre era un diplomático húngaro afincado en la corte vienesa. Por aquel entonces, María tenía dieciséis años. A pesar de no conocer a Rodolfo personalmente estaba enamorada perdidamente de él. Una vez entró en su vida haría todo lo posible por no dejarlo marchar.

Un heredero marcado por la desdicha
En aquel momento, el archiduque Rodolfo estaba casado y tenía una hija. Pero su matrimonio hacía tiempo que estaba roto. Rodolfo tenía amantes y vivía una vida disipada y en constante peligro por sus ideales políticos. Sus tendencias liberales diferían totalmente del autoritarismo impuesto por el Emperador Francisco José.

Rodolfo era un joven depresivo y marcado por una vida llena de carencias afectivas. Arrancado de los brazos de su madre, la célebre Sissí, nada más nacer, fue puesto a cargo de la archiduquesa Sofía, su abuela paterna. Su padre estaba dispuesto a que Rodolfo fuera un heredero digno de la corona imperial y por ello sometió al débil y sensible Kronprinz a unos tutores que no tenían ningún inconveniente en usar métodos tan drásticos como lanzar disparos a media noche para, presumiblemente, curar los miedos del niño o sumergirlo en baños de agua helada. Estos métodos aplicados por el conde de Gondreourt no hicieron más que destrozar los nervios del niño y afianzar su carácter pesimista y taciturno.

De tímidos paseos a la petición de nulidad
La relación entre Rodolfo y María pasó de un tímido estadio de paseos y abrazos inocentes a citarse en las habitaciones privadas del mismísimo Hofburg. Estefanía de Bélgica, esposa de Rodolfo, soportaba y consentía con resignación esta y todas las anteriores conquistas de su marido. Pero lo que nunca se imaginó fue que la relación con María llevaría a Rodolfo a pedir la nulidad de su matrimonio. En la rígida y encorsetada corte de los Habsburgo aquello era peor que un sacrilegio. En el estricto protocolo de la corte no existían las palabras nulidad ni divorcio. Aquello indignó muchísimo al emperador.

Una amante hasta el final
Existen dos corrientes diametralmente opuestas acerca de la misteriosa muerte de Rodolfo y su amante María. 

La versión oficial fue el suicidio. Según ésta, Rodolfo, de carácter depresivo y obsesionado con la muerte, en un momento de locura, había decido terminar con su vida. Lo cierto era que había llegado demasiado lejos en sus conspiraciones políticas hasta el punto de quemarse. Fue demasiado tarde cuando se dio cuenta de que había alimentado las llamas de una conspiración para matar al emperador. Atrapado en su propia imprudencia, la única salida era quitarse de en medio. Parece ser que María, perdidamente enamorada de Rodolfo, estuvo dispuesta a seguir a su amado en aquel trágico final. Siguiendo esta versión, Rodolfo habría asesinado a su amada para después quitarse él mismo la vida con el mismo revólver. A pesar de que la versión oficial fue el suicidio, nunca se mencionaron públicamente las razones político; aunque eran un secreto a voces.

Otra postura bien distinta es la que asegura, basándose en los restos mortales de los dos amantes, es que Rodolfo fue asesinado en su habitación por unos misteriosos hombres que habrían entrado en su estancia por la ventana. Alertada por los disparos y los ruidos, María habría corrido desde su cama en busca de su amado. En un pasillo se habría topado con uno de los conspiradores que decidió silenciar un incómodo testigo. Los que defienden esta postura afirman que de haberse aceptado como la versión oficial, Francisco José habría tenido que reconocer en público la traición de su propio hijo, algo que habría puesto en peligro la débil estabilidad del Imperio.

Fuera lo que fuera lo que sucedió las últimas horas de la vida de estos dos amantes, aquel 30 de enero de 1889, lo cierto es que Rodolfo fue enterrado en la Cripta Imperial de los Capuchinos de Viena con todos los honores posibles. El cuerpo de María desapareció rápidamente de Meyerling para ser enterrado en el monasterio cisterciense de Heiligenkreuz. Parece ser Rodolfo había pedido ser enterrado al lado de su amada. Su último deseo tampoco se cumplió.


 Si quieres leer sobre ella 



La sombra de Sissi
María Pilar Queralt del Hierro









Por Sandra Ferrer

sábado, 22 de enero de 2011

El amor de Abelardo, Eloisa (1101-1163)


Tu sabes amado mío lo mucho que he perdido al perderte a ti. Y cómo la mala fortuna – valiéndose de la mayor y por todos conocida traición – me robó mi mismo ser al hurtarte a ti.

Con estas palabras Eloisa llora la pérdida de su amor, Abelardo, en una de las muchísimas cartas que se escribieron a lo largo de su desdichada existencia. Porque conocer a Eloisa es conocer uno de los amores más puros, sinceros y conocidos de la Edad Media. Y para hablar de Eloisa hemos de hablar ineludiblemente de su amor, Abelardo.

Eloísa
Ella fue un dama francesa culta e inteligente que un día tuvo la suerte o la desdicha de recibir clases de filosofía de unos de los mejores maestros del París de su tiempo. El canónigo Fulberto tenía a su cargo a su sobrina Eloisa. En aquel tiempo Abelardo ya se había ganado una fama importante como maestro en la colina de Santa Genoveva y en la escuela catedralicia de Notre Dame. Con su elocuencia, oratoria, lógica e inteligencia consiguió derrotar intelectualmente a los antiguos maestros quedándose con todos los alumnos que se apiñaban diariamente en sus clases.

Abelardo se instaló en casa de su pupila y pronto el amor surgió entre ellos. La diferencia de edad, más de veinte años, no fue un obstáculo para que el maestro sedujera a la alumna y la alumna cayera rendida en sus brazos. Nacido el amor entre ellos, todo fueron desdichas. No fue extraño que Eloisa se quedara embarazada. Conocedores de la difícil situación, huyeron a Bretaña donde una hermana de Abelardo les dio cobijo y se hizo cargo del niño, al que pusieron de nombre Astrolabio.

De vuelta a París, Eloisa tomó los hábitos en el convento de Argenteuil y Abelardo en Saint-Denis. Pero mientras Eloisa terminó su vida en la clausura, Abelardo volvió a su mundo educativo, filosófico e intelectual.

A partir de aquel momento su relación se tornaría platónica a la fuerza. 


Abelardo
Él era el primogénito de una familia importante de Palais, en la Alta Bretaña, por lo que estaba destinado a la carrera militar. Sin embargo, su pasión por el estudio le hizo abandonar su herencia y su destino inicial. Poco a poco fue escalando en el mundo intelectual hasta llegar a ser el maestro más codiciado de París. Pero su éxito y sus ideas le reportaron la envidia y el odio de muchos. Reconocido posteriormente como uno de los padres de la lógica, defensor de la búsqueda de Dios a través de la razón, llegó a enfrentarse al mismísimo San Bernardo de Claraval.

En el ámbito personal, su temeraria huida con Eloisa no dejó impasible a su tío quien planeó a su vuelta la más cruel de las venganzas. Abelardo fue castrado por los hombres de Fulberto.

A pesar de la humillación personal y de los enfrentamientos públicos, Abelardo no se rindió nunca y continuó amando a su compañera Eloisa y defendiendo sus ideas filosóficas.

Abelardo y Eloisa
El amor de Abelardo y Eloisa quedó gravado para siempre en la memoria de la historia gracias a las cartas que se escribieron a lo largo de su desdichada relación.

Sólo la muerte los reunió de nuevo. Cuando Abelardo murió en 1142, Eloísa hizo traer su cuerpo a el Paráclito, monasterio del que era abadesa. Veintiún años después se reunía definitivamente con su marido, compañero, amante y amigo. En el siglo XIX sus restos eran trasladados a París. 

 Si quieres leer sobre ella 

El amor y la muerte, la tragedia de Eloisa y Abelardo, Jose Luis Corral
Género: Novela histórica
Aunque focaliza la mayor parte de la historia en la vida intelectual de Abelardo es una preciosa recreación.




Cartas de Abelardo y Eloisa







Eloisa y Abelardo, Regine Pernoud









Por Sandra Ferrer

miércoles, 19 de enero de 2011

Caravaggio en femenino, Artemisia Gentileschi (1593 - 1654)


La obra de esta pintora barroca fue el reflejo de una vida marcada por un dramático episodio. Violada por su propio preceptor y sometida a tortura para defender su dignidad y honor, Artemisia consiguió convertirse en una de las artistas más importantes de su época y en un referente de la pintura caravaggista. A través de sus cuadros, Artemisia no sólo mostró su propia belleza sino que plasmó la angustia, el odio y el dolor de su propia vida. Y a pesar de que fue olvidada por un tiempo por su condición de mujer, su obra perduró para siempre.

Un talento privado
Artemisia Lomi Gentileschi, nacida el 8 de julio de 1593, fue una de las mejores discípulas de su propio padre. El pintor toscano Orazio Gentileschi seguía los dictados del gran Caravaggio de cuya escuela romana fue uno de sus más importantes representantes. Junto con sus hermanos, Artemisia empezó muy joven a aprender las técnicas pictóricas de las que hacía gala su propio padre. Pero a pesar de ser mucho mejor que sus hermanos, su condición femenina le impidió ingresar en ninguna de las academias de Bellas Artes romanas. Orazio, consciente del talento de su hija, decidió que ésta continuara su formación en privado. Fue por eso por lo que le asignó un preceptor, el que sería el origen de su más horrible desgracia.

Una mujer humillada
Agostino Tassi fue el elegido por su padre para que Artemisia continuara con su formación artística en el taller familiar. Tassi abusó de la confianza de su colega Orazio y violó a su joven alumna. A pesar de que en el proceso inquisitorial se demostró que Tassi había intentado asesinar a su esposa, robar a Orazio y que la acusación por violación era fundada, Artemisia tuvo que sufrir tortura para demostrar su inocencia y hubo de someterse a un humillante examen ginecológico. El duro trance que tuvo que pasar la joven artista marcó para siempre su vida.

Una mujer marcada
Judith decapitando a Holofernes
Su padre intentó arreglar la situación casando a su hija con Pietro Antonio Stiattesi, un pintor modesto pero lo suficientemente respetable para restituir a Artemisia su honor y dignidad a los ojos de la sociedad. Pero en su interior continuó presente un drama que no borraría jamás y que plasmaría en lienzos tan elocuentes como la que está considerada su obra maestra: Judith decapitando a Holofernes. En esta pintura en la que se recogen los principales elementos de los seguidores de Caravaggio como el claroscuro, se ha querido ver una suerte de venganza de Artemisia hacia el que fuera su tutor. El rostro de Judith parece ser el de la propia pintora, mientras que el decapitado Holofernes podría haber cogido los rasgos de Tassi.

Una mujer con éxito
Al final, Artemisia conguisió convertirse en una pintora de éxito al servicio de personajes tan importantes en la época como Cosme II de Médici. Roma, Florencia, Venecia, Inglaterra y Nápoles se convirtieron en el hogar de esta mujer luchadora que consiguió vivir de su arte. Desde que a los diecisiete años firmara su primera pintura, Artemisa consiguió ganarse una gran reputación como artista raramente reservada a las mujeres.

Artemisa nos legó cuadros religiosos, históricos, retratos, que actualmente se pueden contemplar en grandes pinacotecas del mundo y lugares emblemáticos como el Palazzo Pitti o los Ufizzi en Florencia, El Prado o El Escorial en Madrid y así una larga lista de museos, galerías de arte, palacios o iglesias que acogen las 34 obras que de Artemisa se han conservado.

 Si quieres leer sobre ella 


La pasión de Artemisia, Susan Vreeland










Por Sandra Ferrer

lunes, 17 de enero de 2011

Un genio silenciado, Maria Anna Mozart (1751 - 1829)


Maria Anna Walburga Ignatia, hermana mayor de Mozart, fue una niña prodigio como su hermano. Ambos unidos por la mutua admiración infantil y la interpretación musical, fueron exibidos por su ambicioso padre por las cortes de Viena y París. Pero mientras Mozart continuó con su carrera musical, Maria Anna tuvo que abandonarla por su papel de madre y esposa.

La hermana mayor, “Nannerl”
Maria Anna, conocida también como “Nannerl” o “Marianne”, era la mayor de los cuatro hijos del matrimonio Mozart. Nació el 30 de julio de 1751. A los siete años, ante la atenta mirada de Wolfgang, su padre Leopoldo empezó a enseñarle a tocar varios instrumentos. Pronto destacó como genial intérprete en clave y piano. A sus clases se uniría pronto su hermano pequeño, compañero también de sus juegos en los que crearon un mundo de fantasía y se hicieron inseparables.

Cuando Leopold Mozart decidió mostrar al mundo el prodigio de su hijo Wolfgang, también se llevó a Marianne. Las cortes de París y Viena fueron testigos de la genialidad de los dos hermanos por igual. Pero mientras Wolfgang estaba destinado a continuar exprimiendo su genialidad, a la joven casadera Marianne se le terminaba el tiempo.

El matrimonio como principal ocupación
En el siglo en que vivió la joven Nannerl no había lugar para mujeres excepcionales, o al menos así lo dictaba la tradición y la costrumbre. Sólo un carácter valiente y rebelde hubieran conseguido poner a la hermana de Mozart a su misma altura en la historia de la música. Pero Nannerl se mostró siempre sumisa a los designios de su padre y dispuesta a aceptar el destino que le tocaba como mujer.

Nannerl no sólo tuvo que abandonar su espléndida carrera como intetérprete sino que también tuvo que renunciar a un verdadero amor, el capitán y tutor Franz D'Ippold, por el marido que su familia le había escogido para ella. Su carácter obediente contrastaba con los constantes actos de desobediencia de su hermano a quien no gustaba en absoluto que Nannerl acatara todas las órdenes de su padre. A pesar de los esfuerzos de Wolfgang porque su hermana siguiera los dictados de su propia voluntad, Nannerl aceptó casarse con la elección de Leopold, un magistrado millonario llamado Johann Baptist Franz von Berchtold zu Sonnenburg.

Así Nannerl pasó de ser una joven prodigio a conventirse en la rica esposa de un magistrado. Se hizo cargo de cinco hijos que su marido ya tenía de dos matrimonios anteriores y de los tres hijos que tuvo con él. Sin embargo, el mayor de estos, llamado Leopold, fue criado por su abuelo, no se sabe a ciencia cierta si para convertirlo también en un genio de la música como Wolfgang o por otras razones desconodidas.

Lo que pudo ser y nunca fue
Marianne hubiera sido probablemente el alter ego femenino de su hermano Wolfgang. Según unas cartas que éste escribió a su hermana en las que alababa sus obras, Marianne podría haber iniciado su carrera como compositora aunque nunca se conoció ninguna pieza musical suya. Lo que sí está claro es que fue una genial intérprete y que podría haber llegado muy lejos en el mundo de la música si los corsés de la época y su propia voluntad no lo hubiesen impedido. Su particular contribución fue sin duda la inspiración de varias de las geniales obras de su hermano.

A pesar de quedarse ciega, continuó ejerciendo como profesora de piano y tocando este instrumento hasta su muerte el 29 de octubre de 1829. 

 Si quieres leer sobre ella 

Nannerl, la hermana de Mozart, Rita Charbonnier
Género: Novela histórica
El reino secreto. Los hermanos Mozart
Sofía Rhei 




 Si quieres leer sobre ella  



Nannerl









Por Sandra Ferrer

lunes, 3 de enero de 2011

Una filósofa en el trono, Catalina la Grande (1729-1796)


Así se definía a sí misma Catalina de Rusia; el poeta Dierjavine decía de ella que era “un centinela al que no se releva nunca”; adversarios suyos le dieron el apelativo de “Mesalina del norte”; y muchos otros hablaron de ella como la asesina de sus adversarios políticos, incluido su propio marido. Muchos calificativos para una pequeña y gruesa niña que con el tiempo pasaría a la historia como una de las máximas representantes del despotismo ilustrado.

Su llegada al poder
La pequeña Federica Augusta Sofía, a la que todos en su entorno más íntimo llamaban Figchen, tenía una lejana vinculación genealógica con los zares rusos. Había nacido en Pomerania el  2 de mayo de 1729. Su padre, Cristián Augusto, era príncipe de Anhalt-Zerbst. Ejercía como gobernador en Stettin, en la actual Polonia, donde nació. Su madre Juana de Holstein-Gottorp nunca tuvo una buena relación con su hija.

La entonces emperatriz de Rusia, Isabel Petrovna, hija de Pedro el Grande, había llegado al poder tras el ascenso y caída de hasta cinco zares distintos. La decisión de Pedro I de reservar el derecho de designación de un heredero al propio zar desató una serie de intrigas palaciegas que llevaron a una peligrosa situación de desgobierno constante. La emperatriz Isabel debía escoger esposa para su sobrino y heredero Pedro Ulrico y afianzar la dinastía de los Romanov. Pronto se fijó en la joven Sofía Augusta quien se convertiría en Catalina Alexeievna. Convertida a la iglesia ortodoxa, la nueva Catalina vivió en el Palacio de Oraniembaum con su marido, el futuro Pedro III. A la muerte de la emperatriz Isabel en 1762, los nuevos zares se trasladaban al Palacio de Invierno de San Petersburgo.

Un marido indigno de la gran Catalina
Borracho, poco inteligente, con ciertos aires de locura, el gran duque Pedro Ulrico no se ganó el apoyo del pueblo ni de la nobleza. Las excentricidades de su marido contrastaban con la inteligencia, tenacidad y capacidad de trabajo que tenía su esposa Catalina. La mala prensa de Pedro se acentuó al llegar al poder y convertirse en el zar Pedro III. Apoyada por el ejército y la nobleza, Catalina decidió dar un golpe de estado proclamándose Catalina II de Rusia. La transición de poder se llevó sin derramamiento de sangre. Pedro aceptó el nuevo status quo pidiéndo solamente vivir en una residencia tranquila con su tabaco y su vino, vida tranquila que sólo disfrutaría cuatro días. Moría el antiguo zar Pedro III en extrañas circunstancias, hecho que aprovecharían los detractores de Catalina para acusarla de ser ella misma la ejecutora del asesinato. También se la acusaría de quitarse de en medio a otros pretendientes al trono como Iván VI o una extraña princesa Tarakanova que aseguraba ser nieta del mismísimo Pedro el Grande.

Los amores de Catalina
Del mismo modo que la mayor parte de reyes tuvieron a sus amantes más o menos oficiales, Catalina tuvo una constante vida amorosa con un número importante de hombres. Pero a pesar de que nadie ponía en tela de juicio esta situación entre los reyes, Catalina fue criticada por la historia, entre otras cosas, pero sobretodo, por su larga lista de amantes.

La inexistente vida amorosa con su marido llevaron a Catalina a buscar el amor en otros lechos. También por razones de estado, pues desde el día de su boda fue objeto de comentarios insidiosos acerca de la falta de herederos reales. Estos llegarían gracias a amantes como Sergei Saltikov quien parece ser que fue “invitado” a la cama de Catalina por la emperatriz Isabel que por aquel tiempo aún vivía. Y parece ser que Sergei fue el padre del poco amado Pablo quien sería zar a la muerte de su madre. Stanislav Poniatowski le dio una niña que moriría poco tiempo después. Alexei, su tercer hijo, fue fruto de su relación con Gregorio Orlov uno de los instigadores del golpe de estado contra el gran duque.

Además de aquellos quienes le dieron descendencia, fueron muchos otros los que se convirtieron en amantes Catalina, desde el que fuera su primer y gran amor, su tío Georgie, hasta el gran Potemkin.

La gran autócrata
Al convertirse en Catalina II de Rusia, la joven Figchen inició una incansable tarea de reformas en el imperio. Pero aunque inspirada en los grandes ilustrados de la Francia pre-revolucionaria, Catalina no realizó cambios que favorecieran a los más necesitados. Fue la nobleza la que vio garantizado su poder y su prosperidad. La emperatriz hizo de Rusia una gran potencia con un aparente liberalismo que nunca fue tal. Fue por eso que se tuvo que enfrentar a importantes revueltas como el levantamiento campesino liderado por Pugatchev quien, aunque no consiguió nada para los insurgentes puso de manifiesto su profundo descontento.

La gran ilustrada
Catalina mantuvo contactos con Voltaire, Diderot y otros ilustrados y eruditos de Europa. Llegó incluso a intentar llevar a la práctica las ideas políticas de Montesquieu creando una gran Comisión de 652 diputados, aunque al final demostró ser inoperante.

La emperatriz también se preocupó de la creación de centros educativos y asistenciales. Siguiendo el ejemplo de Saint-Cyr, creado por Madame de Maintenon, Catalina fundó el instituto Smolny, para la educación de las jóvenes. Su colección de arte privada fue el inicio del hoy conocido como Museo del Hermitage. Conocedora de los últimos avances médicos, accedió a ser la primera de su reino en ser vacunada para introducir este nuevo modelo de medicina preventiva en su reino.

La gran Catalina
Catalina murió en San Petersburgo el 17 de noviembre de 1796 dejando a su hijo Pablo un trono que ella amó desde el primer momento. La gran emperatriz se mantuvo firme en sus convicciones hasta el último momento, a pesar de todas las críticas que como mujer recibió y que, de ser hombre, a buen seguro que no hubiera recibido.

 Si quieres leer sobre ella 

Catalina la Grande, emperatriz de todas las Rusias, Silvia Miguens
Género: Novela histórica
Escrito en primera persona, parece que estés hablando con la mismísima Catalina. Profundiza en sus sentimientos más íntimos intentando hacer justicia a su persona. Se lee de un tirón.



El súbdito de la zarina, Diego Merry del Val
Género: Novela histórica
La historia de José de Ribas, un voluntario español que se alistó en el ejército ruso, nos sirve para adentrarnos en la época de Catalina. Muy ameno




Catalina la Grande, emperatriz de todas las Rusias, Fernando Díaz-Plaja
Género: Ensayo









Las zarinas, Henry Troyat









 Películas que hablan de ella 



Catalina la grande









Por Sandra Ferrer