RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

viernes, 21 de septiembre de 2007

El decrecimiento

Resultado de imagen de GUSTAVO DUCH GUILLOT
Nos recuerda John Berger que la peor preocupación que enfrenta nuestra sociedad es la de tener invadidos el espíritu y el pensamiento. Que debemos prestar una atención cuidadosa a lo que nos circunda. La celebración del día sin coches es una posibilidad de hacer dicho ejercicio, pues la invasión de vehículos es uno de los mejores ejemplos para entender por qué nuestra sociedad corre sin rumbo fijo, derrocha sus posibilidades energéticas y entiende que más (más nuevo, más grande, con más cilindrada) es igual a mejor. Por ello, con acierto, se ha vinculado a esa celebración un nuevo concepto político que deberemos tener muy en cuenta, el decrecimiento.
De alguna manera que a mí se me escapa existe un pensamiento dominante que relaciona directamente crecimiento económico (más producción, más consumo) con desarrollo, con prosperidad e incluso (aquí se disparan mis alarmas) como remedio contra las desigualdades. Tanto nos han invadido el pensamiento con la idea de que hay una relación directa entre crecimiento y desarrollo, que incluso algunos autores alternativos enfrascados en estos temas no aceptan ya terminologías sucedáneas, como desarrollo sostenible, desarrollo local, endodesarrollo o desarrollo humano, argumentando que es palabrería para disfrazar al lobo. Son propuestas que pueden nacer de buenos propósitos, asegurar un equilibrio social, respetar y preservar el medio ambiente, etcétera, pero que -dicen- no cuestionan el modelo de crecimiento según acumulación, el crecimiento capitalista.
La agricultura que nos alimenta, ejemplo de crecimiento capitalista, es hoy lamentable
La fascinación por el cuento del crecimiento económico es tal que Serge Latouche, explica: "consideramos positivo cualquier producción y cualquier gasto incluso cuando la producción es perjudicial... En materia de desarrollo el precio que hay que pagar en el plano social y humano es a menudo enorme". La agricultura que nos alimenta hoy en día es, lamentable, un buen ejemplo de lo que significa priorizar el crecimiento capitalista. Su desarrollo ha sobrepasado en términos globales la satisfacción de las necesidades de la población mundial (aunque el hambre siga afectando a millones de personas) pero sigue imparable, impulsada por la necesidad de generar, no alimentos, sino crecimiento económico. Así, en muchos países del Sur se ha implantado la agricultura de los agronegocios donde sólo importan los volúmenes de producción sin medir las consecuencias: el aumento de las zonas de cultivo a base de deforestación, la desaparición de muchos puestos de trabajo, una agricultura petrodependiente corresponsable del cambio climático, concentración de tierras y rentas, pérdida de biodiversidad y más.
Puede ser difícil de aceptar, pero desde el punto de vista ecológico no hay posibilidad alguna de mantener un planeta con recursos finitos basándonos en modelos de crecimiento ilimitado. No existe tierra cultivable suficiente para mantener una agricultura produccionista que alimente a las personas, alimente a la ganadería intensiva, y que -como nos explican ahora- genere la energía del futuro, los biocombustibles. No podemos aceptar más políticas de crecimiento económico sabiendo que esconde la generación de pobreza y compromete la vida de las generaciones futuras. Entonces, aparece la propuesta y la necesidad de pensar en el decrecimiento: supeditar el mercado a la sociedad, sustituir la competencia por la cooperación, acomodar la economía a la economía de la naturaleza y del sustento, para poder estar en condiciones de retomar el control de nuestras vidas. La ciudadanía del mundo no pierde nada, pierden las corporaciones. El decrecimiento nos llevará a vivir mejor con menos: menos comida basura, menos estrés, menos pleitesía al consumo. Y también aquí el modelo agrícola puede ilustrar bien estas propuestas. Devolver el control de la agricultura a los campesinos, que con la complicidad del resto de la sociedad, aseguren mediante modelos productivos ecológicos (donde los ecosistemas no están al servicio de la economía, sino al revés), consumo de temporada y distribución en mercados locales de alimentos sanos. Apostar por el decrecimiento es encarrilarse en un nuevo rumbo, donde más gente encontrará lugares de vida y trabajo que sin dañar el medio ambiente y sin competir y empobrecer otras regiones, puedan asegurar alimentos de buena calidad y buenos sabores para nosotros, las poblaciones del Sur y las futuras generaciones.
Gustavo Duch Guillot es director de Veterinarios Sin Fronteras.

viernes, 7 de septiembre de 2007

Del feminismo al neofeminismo, o de la igualdad de derechos a la igualdad de obligaciones*









Introducción

La situación actual de la mujer en el mundo varía mucho según el área geopolítica en la que se encuentre. En los países del Norte, en especial Unión Europea y USA, la marginación social en que ha vivido históricamente la mujer retrocede gracias al avance de la igualdad jurídica, conseguida en gran medida por las presiones de los primeros movimientos feministas.

Por el contrario en el Sur, la explotación de la mujer por el varón se mantiene de un modo directo. Según una encuesta del Programa de N. U. para el Desarrollo, el 70 %de los pobres del mundo son mujeres, así como dos tercios de los 900 millones de analfabetos. La marginación femenina viene acompañada en gran número de casos por la subsistencia de desigualdades jurídicas y agravada al ser la mujer la encargada de conseguir condiciones dignas de vida para la familia, algo cada vez mas difícil en aquellos países en los que avanza la desertización, y la miseria. La indivisibilidad de la lucha por el desarrollo sostenible y por los derechos de las mujeres (cfr.

Beijing, Plataforma de acción, ap. 1 y 2) explica la aparición de movimientos que tratan de defender ambos derechos en los países menos desarrollados.

En los países en los que impera el fundamentalismo islámico, la situación de la mujer viene agravada por la discriminación y la violencia de la que es objeto. Contra ella se rebelan las mujeres musulmanas que proponen una interpretación del Corán distinta de la impuesta históricamente por los varones (cfr. Mernisi, 1992).

Los documentos preparados por el Norte para las diferentes conferencias internacionales consideran que el mayor peligro para el equilibrio ecológico procede del incremento de la población en los países del Sur: el aumento de la natalidad empeora las condiciones de vida, en especial la situación de la mujer, lo que conduce a primar los derechos reproductivos y la anticoncepción dentro del conjunto de los derechos de las mujeres Ello implica poner en contradicción los derechos de las mujeres con los derechos de los niños, y en el fondo deja sin cuestionar el problema central del desarrollo, y de la salud, (teniendo en cuenta que la mayor parte de las enfermedades de las mujeres tienen que ver con las condiciones de vida y no exclusivamente con la sexualidad: la malaria mata varias veces más que el SIDA), así como el de las relaciones varón-mujer, al no discutir los privilegios del primero.

Incluso en el mundo del Norte la mujer se encuentra en una situación vulnerable al soportar frecuentemente sola la responsabilidad de la familia y de la descendencia. Ello le impide desarrollar sus capacidades personales y participar en la vida publica. De ahí la propuesta de la Conferencia de Beijing de luchar contra todas las formas de violencia doméstica así como de retribuir el trabajo de la mujer en el hogar. Pero en líneas generales en el Norte el triunfo del primer feminismo, al defender el traslado de la idea de igualdad de la política a las relaciones entre los sexos, ha eliminado la explotación sexual aunque ello ha provocado a su vez la devaluación de los valores considerados históricamente como femeninos

Para remediar tales limitaciones surgió en los años 7O el llamado neofeminismo, tratando de llevar al ámbito de la política la dimensión del cuidado propio de la vida privada, y con él la no-violencia activa. Esta ha sido la posición defendida por el Vaticano y la mayor parte de países latinoamericanos en la Conferencia de Beijing.

I. El patriarcado: la subordinación de la mujer e hijos

Afirma la realidad de la familia como algo que pertenece al varón, que es de su propiedad a) -Sólo él es independiente y libre y goza de la plenitud de derechos. b) El reconocimiento procede junto a la independencia económica del uso de las armas.

La mujer tiene delimitadas sus actividades en función de su naturaleza sexual: es dependiente y subordinada al marido, Es semejante a la tierra, propiedad del varón para la procreación. Le está prohibido el goce sexual: de ahí la ablación genital. Su reconocimiento se limita a proporcionar hijos varones para el padre.

Dentro de la cultura occidental, el Derecho Romano profesó una concepción patriarcal y patrimonial de la paternidad que se ha heredado hasta el presente. La autoridad ilimitada del paterfamilias se manifestaba como propietario único de la familia que podía llegar a vender a sus hijos hasta tres veces, y como juez del resto de la familia, a los que podía condenar incluso a muerte. La condición de propietario y de juez derivaba de ser el único sui iuris (independiente): el único que no dependía de otro. Paterfamilias significaba soberano, rey, no genitor. Para ser paterfamilias se requería tan sólo no estar bajo la potestas de otro paterfamilias. La situación de la mujer era de total dependencia (alieni iuris =  sometidos) ya que dependía de su padre, de su marido, de sus hijos, o de sus parientes más próximos, pero aún en el supuesto excepcional de que fuera sui iuris, no tenía nunca potestas sobre sus hijos.

La prioridad del padre es igualmente notable en la Torah judía, pero aquí procede de la concepción: sólo el que ha tenido hijos puede ser considerado juez. Por tanto, el reconocimiento va unido a la paternidad. Análoga o peor es todavía la condición de la mujer de acuerdo con la Charia islámica según la cual la mujer fue creada para el varón, y es considerada inferior a él, al menos según la interpretación dominante hasta ahora del Corán (IV, 38, II, 223).

Hoy se estima que la extensión del patriarcado tenía en cierto modo una función defensiva, ya que como ha mostrado Badinter (1993) p. l67) la formación del varón es más complicada que la de la mujer, ya que una y otro nacen de mujer de tal modo que la hija debe sólo continuar los lazos con la madre y ser como ella, mientras que el varón debe llevar a cabo la difícil tarea de separarse de la madre, para llegar a ser verdaderamente un varón y no un niño indiferenciado (recuérdese el término alemán para referirse a los niños: das Kind, lo niño) Desde esta perspectiva el patriarcado podría verse como un movimiento defensivo inconsciente en defensa de la ardua identidad de los varones, como una ayuda para liberarse de la influencia materna. Pero si esto podría valer como explicación psicológica de tal fenómeno, lo cierto es que su realidad sociológica para nada favorecía este proceso de formación del varón, y tampoco por supuesto de la mujer. De hecho el patriarcado establecía al padre como ley y autoridad, pero al faltar la dimensión de la cercanía de éste, (p. 2O3) la formación del varón seguía recayendo en manos de su madre, haciendo muy compleja la identificación con un padre, que permanecía distante.

De acuerdo con esta concepción patriarcal, la familia es considerada como algo que el varón domina y no como algo que el varón sirve. El primer feminismo se mostrará contrario a la familia, en cuanto quiere extender a la mujer este mismo ideal de autarquía, considerado hasta entonces como privativo del varón. El retorno al hogar propuesto por el neofeminismo se diferenciará nítidamente del patriarcado (en contra sin embargo Faludi (1993)) en cuanto insistirá en la libertad entendida como interdependencia y cuidado.

La razón de la subsistencia de la marginación, de la mujer en la Modernidad, su consideración como alieni iuris junto a los niños radica en la continuidad de la visión romanista de la familia y el varón en el ideal moderno del homo oeconomicus de Hobbes, a Kant. La autonomía o independencia es exclusiva de los varones, siempre que sean además blancos, adultos, y propietarios. Junto a ello, la otra fuente de sumisión de la mujeres es el dualismo: entre -varón =   razón, dominio y -mujer =  naturaleza, sumisión. El varón encarna la dimensión del espíritu, de la res cogitans, mientras que la mujer se reduce a naturaleza, y corporalidad, es sólo res extensa. El dualismo presentaba un doble aspecto: no sólo equipara a la mujer con lo corporal, sino a lo corporal a su vez con lo privado y respecivamente al varón con lo espiritual, y con lo público. La mujer pertenece al ámbito de lo privado en el que no existe el derecho a ser visto y escuchado (Arendt, 1974).

Este doble dualismo inspira los planteamientos contractualistas. así lo ha señalado entre otros Pateman (1995), al criticar el liberalismo (Hobbes, Locke, Rousseau) considerándolo falsamente universal, descorporalizado, y machista: desgajador de lo privado (corpóreo femenino) y lo público (racional, masculino). Sólo el varón es el propietario de su persona. así en Locke el trabajo masculino es el que produce el valor, mientras que la naturaleza y la mujer son sólo "condiciones de existencia" de aquel trabajo En el patriarcado capitalista, la mujer como la naturaleza carece de subjetividad. Lo público es el espacio de la racionalidad y la universalidad, con abstracción de la situación y de las necesidades particulares y en oposición al sentimiento. De ahí que la mujer y los grupos pretendidamente identificados con el cuerpo, queden recluidos en lo privado. (I. M. Young, en Benhabib (1990) p. 112ss).

Lo asimilado a la naturaleza, a lo privado, es considerado estático e intemporal. Las mujeres, por tanto no tendrán historia, repetirían indefinidamente los ciclos de la vida.

La Modernidad reducía las relaciones humanas al ámbito de la justicia contractual, de las contraprestaciones, y con ello limita la igualdad al nivel formal y a la reciprocidad. Era el mundo del "otro generalizado", que olvida la dependencia y la vulnerabilidad del ser humano como ser corporal, como "otro concreto", contextualizado y con ello el papel de las necesidades de la nutrición, y de la reproducción, del amor, emociones y deseos, marginando el mundo de la vida buena, del cuidado.

Hegel justificará de modo conjunto y sistemático las causas de la marginación de la mujer en la Modernidad. "El varón - escribe el filosofo de Stuttgart-representa la objetividad del conocimiento, mientras que la mujer encarna la emotividad. Por ello en las relaciones con el mundo exterior, el primero supone la fuerza y la actividad, y la segunda, la debilidad y la pasividad. " De ahí que el varón deba alcanzar su realidad en el servicio de las tres actividades sociales hegemónicas: ciencia, Estado y economía— en el trabajo y en lucha con el mundo exterior—tres actividades mientras que el puesto de la mujer se reduce a la moralidad subjetiva que tiene su sede en la familia. A todo esto, en la Fenomenología del Espíritu, (p. 116ss, y 282ss), Hegel añade la idea de reconocimiento como algo unido a la defensa armada del Estado. Continuando con el esquema romanista, en lo privado de la familia, la persona se reduce a una sombra, en la publicidad del Estado, el individuo logra su pleno reconocimiento, en cuanto está dispuesto a morir y/o matar por el Estado, Según este razonamiento, el ser humano se eleva por encima del animal al arriesgar su vida, no al darla, por lo que se concede con razón la primacía al sexo que mata, frente al sexo que alumbra. El militarismo era así, junto con el ideal de la independencia, y el dualismo condición de la sumisión de las mujeres frente a los varones.

El patriarcado, que, como veremos a continuación, ha sido superado en el Norte gracias al primer feminismo, continúa desgraciadamente hoy bien presente en el mundo del Sur, concretamente en los países que viven bajo el signo del fundamentalismo islámico. En ello se trata de justificar la subordinación de la mujer al varón, de acuerdo con la ley de la familia inspirada en la Charia. El origen de la sumisión de la mujer en el Islam responde al rechazo radical por parte de Mahoma de las diosas femeninas precoránicas, que son presentadas como encarnación de la violencia (Cfr. El Corán, Azora LIII, aleyas 19ss). Este temor al sexo femenino lleva a la consideración de que "las mujeres como las tierras forman parte del patrimonio masculino", El Corán, Azora II, aleya 223:" Vuestras mujeres son vuestra labranza. Id pues a vuestra labranza según querais". De ahí la radical separación entre el mundo de la política, o mundo del poder, al que acceden exclusivamente los varones, y el mundo del harén, en el que desaparece toda sombra de poder (tal como se señala patéticamente en relatos autobiograficos como los de la pakistaní Thamani Durrani, (1994) y de la profesora marroquí Fátima Mernissi (l995) así como en el excelente estudio de esta ultima, (l992) cap. 8º, p. 157-78.

Es evidente sin embargo que la mayor brutalidad de la discriminación de la mujer en el Sur no procede fundamentalmente del Corán, sino de prácticas anteriores repetidas a lo largo del tiempo: así la ablación del clítoris no tiene ninguna presencia en el Corán y sin embargo se mantiene aún hoy. Camille Lacoste-Dujardin ha señalado que tales practicas obedecen al miedo de los varones a la sexualidad femenina (1993) p. 157-63).

Por su parte Germaine Tillion (1993) señala que el derecho de herencia de la mujer en el Islam, consistente en heredar la mitad que sus hermanos varones constituyó un enorme avance respecto a la situación tribal anterior en la que no heredaba nada. Del mismo modo el harén y el velo son igualmente costumbres preislámicas (p. 26ss). De ello se deduce la posibilidad de lecturas del Corán que no resulten incompatibles con los derechos de las mujeres, como ha sido intentado por las autoras antes citadas.

En Beijing algunos países del Islam han cedido en sus posturas aceptando la condena de todas las formas de violencia, empezando por las tradicionales, mutilación genital (ap. 232), violación en caso de guerra equiparada a crimen de guerra (ap. 146), la igualdad de derechos en el orden hereditario entre mujer y varón y -la universalidad transculturalidad de los derechos (ap. 2).

II. El feminismo liberal

La aportación más valiosa del feminismo liberal, del que forman parte autoras como Simone de Beauvoir (1949), Betty Friedan (1984), el grupo NOW, Gloria Steinen, Bella Abzug consiste en afirmar la igual capacidad de ambos sexos y en la lucha por defender la presencia de la mujer en la ciencia, política y economía, y oponiéndose a todos los atropellos a que la mujer seguía siendo sometida, desde la familia, el Estado o el mercado. (Tal igualdad se recoge explícitamente en Beijing en el ap. 1 de la Plataforma de Acción:"La igualdad entre mujeres y varones es una cuestión de derechos humanos y constituye una condición para el ejercicio de la justicia social y el desarrollo sostenible").

La defensa de los derechos de las mujeres exige transformar la relación ilustrada entre público y privado para que no refleje el dualismo razón-sentimiento, ni universal- particular. A ello obedecería el principio feminista "lo personal es político", que según M. Young en Benhabib (1990) no niega la distinción entre publico y privado, sino que parte del principio de que nadie "puede ser obligado a permanecer en el ámbito de lo privado". Ello implica al propio tiempo que temas tales como la violencia doméstica, la opresión de la mujer dentro de la familia, o la división del trabajo doméstico pasen a ser un tema de discusión pública.

Pero las limitaciones del feminismo liberal radican en el modelo de mujer propuesto para conseguir tal igualdad, y que resumo a continuación muy esquemáticamente:

La mujer es igual al varón en derechos, en cuanto no es algo que nace con la naturaleza (sexo), sino que se hace culturalmente (género). Dispone de derechos en cuanto igual que el varón es independiente y libre. Los derechos de la mujer son por tanto de carácter individualista, y aparecen desligados del bien común y muy concretamente del bien de los hijos. En efecto, los niños y sobre todo las niñas carecen de derechos en cuanto no son independientes: se asimilan a la situación de la mujer en el patriarcado, pero ahora pasan a ser propiedad de la madre, como antes lo eran del padre.

La justa defensa de la igualdad de derechos se basa en la identidad- confusión entre mujer y varón, lo que conduce a la subordinación de los hijos y de la naturaleza.

La familia y la reproducción es la principal fuente de discriminación y violencia para la mujer:

a) El trabajo del ama de casa es despreciable y no entra en el PIB.

b) El derecho al goce y la salud sexual es el primero de los derechos y en el debe equipararse a mujer y varón. La pornografía pertenece a la libertad de expresión.

c) El aborto es el derecho fundamental, y los anticonceptivos deben ser considerados como la principal protección de todas las enfermedades y de la miseria. La llamada salud reproductiva es sobre todo salud para no reproducir.

En definitiva por desgracia, el feminismo liberal defendía los derechos de la mujer, desde una posición acorde con los principios hegemónicos de la Modernidad. Esto es, mantenía como criterios para el reconocimiento de la dignidad humana los valores modernos primando la independencia sobre la interdependencia, la agresividad sobre el cuidado, la competencia sobre la cooperación, la producción y la defensa militar sobre la reproducción. Se trataba de colocar a la mujer en los distintos puestos en los que hasta entonces sólo había estado el varón, pero manteniendo intactos los valores de éste: en especial, el individualismo, el dualismo y el militarismo. Ello implicaba el deseo de hacer de la mujer un ser como el varón, devaluando lo específicamente femenino, como la maternidad.

La devaluación de la maternidad en el primer feminismo se aprecia especialmente en la obra de S. de Beauvoir (Libro 1º, cap. 1º, y libro 2º. cap. XIV) Para la autora de la "moral de la ambigüedad" la mujer es un "ser humano" con un cuerpo molesto, sometido a procesos, que se le escapan y expuesto a la posible reproducción. En el feminismo liberal se mantiene el dualismo cartesiano, sólo que la mujer debe ahora superar su subordinación a través de la hostilidad hacia la naturaleza. De ahí la importancia colosal atribuida a los anticonceptivos y al aborto como instrumento de lucha contra lo que limita la total disponibilidad del sujeto:la naturaleza. Para los planteamientos feministas, tal como han sido defendidos por la Unión Europea y USA, la miseria se reduce a la superpoblación, y la salud se reduce a la reproducción, y al sexo seguro (ap. 96, uno de los más debatidos) con la lucha técnica contra el SIDA como prioridad incondicionada y absoluta. (ap. 109). La mujer, según el feminismo liberal, llevaría dentro de si la contradicción entre las exigencias del individuo —únicas cuya satisfacción concede la felicidad—y las de la especie, que utilizará más a la mujer que al varón para su continuidad, haciendo así su existencia más penosa. La felicidad de la mujer quedaría vinculada a la posibilidad de erradicación de su maternidad. Desde esta perspectiva radicalmente individualista y voluntarista, el primer feminismo, al negar que la persona se constituya gracias al cuidado por el otro, abre las puertas a las diferentes formas de violencia contra los más indigentes. El feminismo liberal de la identidad-confusión entre mujer y varón resulta unilateral al no asumir los valores llamados femeninos ni siquiera para las mujeres. así Catharine Mackinnon (1987) consideran que la actitud consistente en el cuidado es una condición de la moral de esclavos, condenada por Nietzsche. La NOW o National Organization of Woman primera organización feminista en USA de signo liberal ha apoyado históricamente la realización por las mujeres del servicio militar para demostrar su no debilidad (Osborne (1993) p. 156). Las feministas en el Islam conservan rasgos propios del patriarcado en relación con el problema del reconocimiento. Así, la presidenta pakistaní Benazir Bhuto habló de que buen número de mujeres en el Islam habían utilizado las armas, muy especialmente Aicha, segúnda mujer de Mahoma, como argumento fundamental para justificar la igualdad de derechos de la mujer con el varón.

Dentro del ámbito del feminismo liberal surge la preocupación por deslindar la realidad del sexo respecto a la del género. La utilización reciente del término Gender, que ha pasado de la lingüística a la antropología es correcta para subrayar el carácter cultural o construido de muchos de los caracteres atribuidos históricamente a la mujer y al varón: Las diferencias entre ambos son mucho menores de lo que se había creído. Sin embargo, la utilización del termino género se vuelve incorrecta cuando niega toda diferencia entre el varón o la mujer, que no sea biológica y más concretamente cuando pretende afirmar la existencia de un tercer sexo: el andrógino indiferenciado o neutro.

En Beijing el feminismo liberal, olvidando el espíritu de la Declaración de Viena, recogida en el artº 2 del Programa de Acción, que afirma que "los derechos de las mujeres son una parte inalienable, integral e indivisible de los derechos humanos universales", han tratado el introducir el derecho al aborto (artº 96 bis, o 110 i, pero han logrado sólo que se considere "la posibilidad de revisar las leyes que prevén medidas punitivas contra las mujeres que han tenido abortos ilegales" (apart. 107 k).

III. Postmodernidad y neofeminismo: feminismo de la diferencia y complementariedad

Una de las manifestaciones de la buena nueva evangélica es la ruptura con el patriarcado y la insistencia en la igual dignidad radical de mujer y varón, como elemento central del orden introducido por el Cristianismo frente a la antigua ley, "ni judío ni griego, ni varón ni mujer, ni esclavo ni libre. Todos sois uno en Cristo Jesús". (Gálatas 3, 26-29). Desgraciadamente sin embargo de esta nítida manifestación de la conciencia de la igual dignidad de la mujer y el varón no se desprendieron durante siglos consecuencias jurídicas prácticas, sino que se mantuvo la subordinación de la mujer en la familia y en la sociedad al mismo tiempo que se acepta la igualdad ante Dios, y en el orden de la gracia. Como escribe Blanca Castilla (1993) "este pensamiento cristiano no fue lo suficientemente revolucionario, pues no llevó a sus últimas consecuencias el mensaje que predicó Jesucristo y se plegó a los condicionamientos intelectuales y sociales de esquemas judíos y paganos" (p. 61). Con todo en la Baja Edad Media la mujer consigue un gran protagonismo en la vida política, económica y social, (Cfr. R. Pernoud, 1982) que desgraciadamente se pierde posteriormente en la Modernidad, debido sobre todo a la devaluación de los valores llamados femeninos.

La conciencia de la pérdida de tales valores dio origen en torno a los años setenta de nuestro siglo y coincidiendo con la extensión del pensar no violento, ecuménico y ecológico, a la aparición del movimiento neofeminista. En él se admite lo que de positivo ha tenido el feminismo liberal en su lucha por la igualdad de derechos de la mujer con el hombre, pero junto a ello se trata de cambiar los criterios de reconocimiento de la dignidad humana, invirtiendo los postulados modernos, a los que permanencia vinculado el feminismo liberal.

Los cambios que pueden percibirse en el paso del feminismo al neofeminismo se manifiestan sobre todo en tres puntos:

a) la libertad humana es vista como interdependencia recíproca entre los seres humanos, y no como independencia y autosuficiencia desligado del tiempo y el espacio. El ser humano es un ser situado, que requiere cuidado para su supervivencia y perfección.

b) frente al dualismo cartesiano y liberal basado en la contraposición espíritu -naturaleza, publico-privado, propio del feminismo liberal, el neofeminismo considera que la defensa de los derechos de la mujer no debe hacerse a costa del rechazo de lo natural en el ser humano y de ahí la atención hacia la ecología sexual o defensa de los métodos naturales en el ejercicio de la sexualidad, la "planificación natural".

c) el reconocimiento de la dignidad humana no debe quedar subordinado a la utilización de las armas, sino a la defensa de la vida. Es lo que veremos a continuación con más detenimiento.

a) Lo verdaderamente humano defiende y protege la vida en todas sus manifestaciones y debe ser el factor fundamental de reconocimiento personal. Este planteamiento neofeminista, que tiende a primar la dimensión del cuidado, de la pietas, como lo más elevado humanamente ha sido defendido por las escritoras americanas como Chodorov (1978), Gilligan (1982), Elsthain (1981) Esta escribe: " Una alternativa a la protesta feminista que busca la completa absorción de la mujer dentro de la esfera mercantil debiera no perder contacto con la esfera social tradicional de la mujer. El mundo de la mujer surgió de un troquel de cuidado y preocupación por los demás. Cualquier comunidad humana viable debe tener entre sus miembros un sector importante dedicado a proteger su vulnerabilidad. Históricamente ésta ha sido la misión de la mujer. Lo lamentable no es la que mujer refleje una etica de responsabilidad social, sino que el mundo público en su mayoria haya repudiado dicha ética".

El neofeminismo quiere, por tanto, salvar a un tiempo la igualdad de los derechos de la mujer y el varón, y los carácteres diferenciales de la mujer, que van íntimamente unidos a su posibilidad de ser madre y en lo que radicaría su modo peculiar de pensar, que supera el racionalismo por la lógica del corazón. Esta linea neofeminista destaca la importancia del pensamiento maternal. así por ej. escribe Alessandra Bochetti (1985): "La maternidad ha enseñado a las mujeres a no separar el corazón de la razón". Con la cordialidad, se trata de destacar la importancia de la paciencia, de la abnegación, de la acogida a los seres que requieren especial cuidado, como los niños, los ancianos, los enfermos. Se trata, en definitiva, de recuperar la importancia de la familia, como institución frente al individualismo y voluntarismo modernos. "El feminismo social que propongo—escribe J. B. Elshtain—coloca a los niños en el centro del interés: los rodea, como es menester, de sus padres, o sustitutos permanentes, no temporales de éstos".

Pero esta defensa de los valores considerados hasta ahora como femeninos no debe ser interpretada inadecuadamente como una vuelta a los viejos roles de la mujer (recluida en casa), y el varón (recluido en el trabajo profesional), como el equívoco titulo de la obra de J. B. Elsthain podría dar a entender. Como ella misma dice, se trata de acabar con los términos (modernos) que tienden a esquematizar el mundo, llenándolo de disyuntivas excluyentes: familia tradicional/ vida profesional. La cordura exige percibir que todos aquellos valores que hemos designado como propios de lo femenino— el anima, el cuidado, la atención diligente por los demás —no los consideremos en modo alguno privativos ni exclusivos de la mujer (aunque en ella hayan podido tener una mayor presencia por razones históricas), sino que los consideremos como igualmente indispensables en el varón, para evitar que éste sea simplemente un energúmeno, sólo preocupado por el poder y la competencia. De ahí lo obligatorio para el mismo de su presencia y colaboración en las tareas del hogar. Del mismo modo, los valores del ánimus, o empuje por abrirse camino en la vida no deben ser considerados en modo alguno como privativos del varón, sino que deben darse también en la mujer, que debe trabajar fuera del hogar en paridad con el varón, siempre que las circunstancias lo permitan. La identificación entre la mujer y el ánima y entre el varón y el ánimus obedece a esquemas reaccionarios, por desgracia aun presentes en algunas minorías. Se trata más bien de incorporar a la vida pública la dimensión de la excelencia de la vida privada, como el cuidado, la ayuda a los demás, el trabajo bien hecho.

Para la mentalidad postmoderna, el yo autónomo no es un yo desencarnado y desarraigado sino un yo con necesidades y por tanto hay que atender tanto al cuidado como a la justicia. Gilligan (1982) afirma que es necesario no actuar injustamente con los demás y además no volverle la espalda a aquel que nos necesita. La aportación decisiva del neofeminismo o feminismo diferencialista según Sheila Benhabib-Cornelle (199O y 1992), coincidente con la linea Heidegger, Buytendijk, Jonas, radica en haber subrayado la exigencia del cuidado, junto a la justicia. Benhabib considera que el paso del otro generalizado al otro concreto ha sido debido fundamentalmente al feminismo y a la ecología. Lo importante es subrayar que justicia y cuidado son exigibles igualmente en el comportamiento de la mujer y en el del varón, debido al principio de la inclusividad (Sobre ello, vease Chodorow, Dinnerstein, Eichenbauch-, Levinson, Gilmore (1985), Vandana Shiva (1993). Los valores masculinos de la autoafirmación (animo) - justicia, deben darse también en las mujeres y los valores del servicio o apoyo a los otros (el cuidado) deben darse también en los varones. Se debe superar el feminismo liberal puramente reivindicativo en el que falta la noción misma de deber (Collins en Benhabib (1990). Pero ello no debe conducir feminismo a satanizar los valores masculinos, (p. 90) advirtiendo que el mismo cuidado es ambivalente, ya que el amor de la madre puede volverse posesivo. "La madre nutricia puede ser también devoradora para su hija" (p. 87), y considera que es esencial el respeto al otro, en el sentido de la afirmación de su identidad. El cuidado debe ser respetuoso, un "velar por", "un dejar crecer", una solicitud lo bastante distraída para su objeto pueda sustraerse a ella o apartarse.. sólo se puede cuidar aquello que escapa e indica que la autoafirmación es más difícil en la mujer por falta del sentido de los límites yo-otro. "No hay aceptación de los otros que no empieza por la aceptación de si mismo" (p. 89). Coincidiendo con el planteamiento de la Benhabib considera que hay que decir si conjuntamente a la autonomía y a la heteronomía (p. 91), superando el individualismo y el comunitarismo. Frente al dualismo moderno, del varón independiente y la mujer dependiente, el ideal del andrógino (subrayado desde Aristófanes, Platón (Banquete), Coleridge, Jung, Stern, Virginia Woolf, Virginia Held, o Badinter) implica que mujer y varón deben poseer el anima y el ánimus. El ideal del andrógino podría conectar así con la exigencia de interdependencia, a la que hay que llegar superando la noción de dependencia (femenina) y la de independencia (masculina), ideales ambos en los que ha estado basado el viejo patriarcado con las consecuencias negativas que son bien conocidas, y a las que hemos hecho referencia. La dependencia crea una situación de inferioridad que no responde a la dignidad. La independencia crea una conciencia de autosuficiencia, que puede acabar siendo igualmente autodestructiva. Sólo la relación de complementariedad, basada en la simultaneidad de igualdad y diferencia salva adecuadamente la dignidad humana (Encarnación Fernández, (1994) y (1995) vol. 1, p. 115). El desarrollo personal, la libertad como madurez sólo puede lograrse a través de la conciencia de la interdependencia. De ahí que hagan falta igualmente el padre y la madre en el hogar como modelos complementarios. Debe acabar el desprecio hacia las actividades domésticas, en cuanto realizadas por mujeres, y no retribuidas económicamente, que ha acompañado a la mentalidad crematística moderna.

Por otro lado, tanto en el Norte como en el Sur el neofeminismo conduce a un ecofeminismo no biologista (Shiva 1993), Mies (1993) que tiende a poner de relieve que la mujer es sujeto activo dotada de voz propia muy adecuado para la defensa de la ecología, ya que su sentido del tiempo y de la reproducción se adapta al criterio de la sostenibilidad, mientras que la lógica patriarcal del capitalismo ve las cosas solo a corto plazo (p. 46). Este ecofeminismo debe ser diferenciado nítidamente del biologista representado por autoras como Mary Daly (1978), que defienden una estrategia separada para las mujeres lesbianas, en la que no tiene cabida posible ningún varón. Este ecofeminismo repudia el mundo del varón, al partir de la equiparación biologista, varón = violencia, mujer = cuidado, que resulta claramente rechazable.

No se trata por tanto de estar en contra de los varones, sino del patriarcado, lo que es bien distinto. Este neofeminismo que defiende los valores femeninos, sin excluir a los varones esta representado entre otras por Sara Ruddick, en Trebilcot (1983) y ha sido defendido por el Vaticano (M. A. Glendon) en Beijing, al proponer "una sexualidad responsable y unos métodos ecológicos de anticoncepción" (Navarro Valls). Por esta razón la representante del Vaticano, la profesora M. A. Glendon hablaba de una ecología sexual y planificación natural que debe regir en las relaciones interpersonales. (Cfr. VVAA (1995). El planteamiento ecológico del neofeminismo no se limita a apoyar los métodos naturales de planificación familiar, sino que es también preocupación por un concepto global de salud humana, de la que la sexual es sólo una parte. El acceso a condiciones ambientales dignas es un factor central en la defensa de los derechos de las mujeres. En efecto, en la mayor parte de los pueblos del sur el cuidado de la naturaleza para el sustento del ser humano esta asignado a la mujer. De este modo la disminución de los bosques, la desecación de las fuentes le perjudica sobre todo a la mujer que debe esforzarse más en busca de agua, de leña, de alimentos en general. Concretamente, en África, las mujeres aseguran el 9O% de los alimentos y dirigen la economía familiar (p. ll5). El movimiento ecofeminista hindú Chipko critica al FMI y el Banco Mundial, por haber impuesto un colonialismo economicista en relación con el mundo del Sur. El Banco Mundial buscaría mantener y aumentar la riqueza de los ricos, a costa del empobrecimiento de la naturaleza y de los pobres. Para hacer frente lo cual es necesario mantener la diversidad cultural, proteger el Sur como reserva de la diversidad mundial, tanto si se habla de bosques como de culturas tradicionales. (Sobre ecofeminismo no biologista véase Bellver, (1995).

Otro aspecto decisivo en el paso del feminismo al neofeminismo es el rechazo radical de la violencia. Como hemos ya indicado, se ha pretendido justificar la marginación de la mujer en su no prestación del servicio militar, al ser tal prestación desde Hegel el elemento básico para el reconocimiento pleno de los derechos. Hay reconocimiento sólo para el que lleva las armas. Es la misma tesis que defenderán más tarde Spencer y los socialdarwinistas. La postura del feminismo liberal consistió en extender el Ejercito a las mujeres. La postura neofeminista lucha por la eliminación del carácter obligatorio del servicio militar de los varones,. Así espléndidamente Fatima Mernisi, (1992) cit. p. 232:" Las mujeres árabes deben movilizarse por encima de todo en torno al tema de la desmilitarización, de otro modo toda oportunidad de mejorar su suerte es vana". Análogamente Elsthain (1982). Frente a la mentalidad militarista, Horkheimer (1970) consideró que el fascismo era exaltación de la violencia y la guerra y al mismo tiempo rechazo de la maternidad. Analogamente la neofeminista Jean Bethke Elstain (1982) p. 34s afirma la conexión entre guerra y violación. Se trata en efecto de la consideración del otro como simple objeto, que puede ser violentado o eliminado sin contemplaciones. Sobre ello la Conferencia de Beijing ha supuesto un avance al asimilar la violación al crimen de guerra (Apartado 147 e). El movimiento Chipko, liderado por V. Shiva. constituye una experiencia basada en el ideal de la no violencia gandhiana. Coincidiendo con Chodorow (1978) o Gilligan (1985), Shiva, (1993) considera machista a Simone de Beauvoir, al basar el reconocimiento en la admisión de la violencia. Frente al planteamiento hegeliano del feminismo liberal, el shakti o principio de vida se encuentra tanto en la mujer como en el varón, comprometidos con la dimensión del cuidado y la conservación de la vida

El carácter reduccionista del feminismo liberal pretende vincular la defensa de los derechos de la mujer a la aceptación de la tesis neomalthusianos en contra de la natalidad, al empeñarse en ver la pobreza del Sur como algo bebido exclusivamente a la pretendida "bomba demográfica. Razón por la cual reducen los problemas de salud a la salud reproductiva, y la lucha contra el SIDA y olvidando por ej. las enfermedades tropicales que causan mucho mayor número de muertes anuales. El neofeminismo rechaza la mentalidad neomalthusiana, que desprecia la maternidad y exalta la guerra como medio para que la gente no muera de hambre, razón por la cual ha hablado Bouthoul (1971) de la guerra como un infanticidio diferido. dada la indiferencia ante la eliminación de la "infantería", de los jóvenes. A ello se refiere también Bernanos (1971), al trazar la conexión entre militarismo y desprecio a los jóvenes.

Afortunadamente también la conferencia de Beijing ha incluido la pornografía entre las formas de violencia contra la mujer (apartado 236), de acuerdo con los diferentes tipos de feminismo, excluido el liberal, que la defiende (así por ej. Osborne (1993). En efecto, la realidad de la pornografía, consecuencia del consumismo, puede verse en sí misma como violencia actual y como origen de violencia futura.

IV. La responsabilidad de los varones, correlato esencial de los derechos de las mujeres y los niños

En Beijing el neofeminismo ha conseguido subrayar el papel importante de la familia y la maternidad en la sociedad, así como la responsabilidad de conjunta de los padres. La familia es el principal medio de personalización: a). -Los hijos son personas que tienen derecho al cuidado: no son propiedad ni del padre ni de la madre. b). - Mujer y varón tienen iguales deberes en el cuidado y educación de los hijos.

En efecto, el modo de salvar conjuntamente los derechos de las mujeres y los niños, a los que hace referencia el articulo 25/2 de la Declaración Universal de derechos de 1948 ("la maternidad y la infancia tienen derecho a cuidados y asistencia especiales") es la toma de conciencia por parte de los varones de sus responsabilidades en la defensa de condiciones de vida dignas para todos. Este sería el aspecto fundamental del neofeminismo.. Ello conduciría que los varones asuman lo que se consideraba hasta ahora valores de mujeres, muy especialmente esta dimensión del cuidado por la naturaleza, y por todo aquello que contribuye a humanizar las relaciones sociales, a hacerlas mas cultas, de mejores modos. Al mismo se trata de rechazar lo que se consideraba que era cosa de varones, pero que en realidad era infrahumano, como la guerra, o la violencia en general.

El machismo es semejante además al etnocentrismo, al racismo y la xenofobia: se trata del deseo de humillar aquello que nos suscita miedo, de negar la condición de sujeto al que no es idéntico a nosotros. Hay que combatir el patriarcado para recuperar el papel del padre. La pietas paterna aparece ya en la fase final del Derecho Romano, por influencia de Cristianismo, y tiende a subrayar la dimensión de obligación con los hijos. Junto a ella, en lugar de la manus debe aparecer la fides con la esposa, la fidelidad recíproca. La responsabilidad del padre es el paradigma de la responsabilidad, de tal forma que si no se da difícilmente puede encontrarse la responsabilidad en otros ámbitos. Se trata, afirma, de una responsabilidad natural, ya que surge de la pura generación del hijo, no tiene por tanto ningún tipo de origen consensual o contractual, como puede ser la responsabilidad política, sino que se produce de modo automático con la paternidad. El origen de la responsabilidad paterna es la causalidad directa, más o menos intencional, del acto procreador, unido a la situación de dependencia de los que han sido engendrados. Por otro lado esta responsabilidad tiene un carácter inalienable, es derecho/deber, intransmisible: queda fuera del comercio, es imprescriptible o continua y futura, en definitiva total. Persigue la conversión del niño en adulto, en cuanto que el ser del niño y su bienestar dependen del cuidado de sus padres.

Mitscherlich (1963) puso de relieve los enormes riesgos que la desaparición del padre produce en los hijos, en cuanto que les conduce hacia la despersonalización, hacia los hombres-masa criticados por Le Bon, u Ortega, hacia los rinocerontes, de que hablaba el genial rumano Ionesco. Es necesario por tanto compartir el trabajo en el hogar igual que fuera de él. Es un aspecto que ha sido muy bien resaltado también por

E. Badinter (1993), que considera fundamental la revolución paterna, operada en los últimos tiempos, y que tiende a subrayar la presencia del varón en el hogar y la cercanía del padre respecto a sus hijos (p. 2O3ss.) Lo más importante es el servicio a la vida, que deben compartir mujer y varón, repartiendo equitativamente sus tareas profesionales y domésticas. Lo grave del patriarcado, a semejanza del latifundismo, ha consistido en la ausencia del padre, en su "mandar a distancia". Es necesaria una nueva concepción de la paternidad como reconocen diferentes autoras y autores, presente, amorosa, exigente, que pretenda sacar lo mejor del otro (mujer, hijos) y esté a su vez recíprocamente abierta a ofrecer lo mejor de si misma. Por ello es inadmisible hablar del carácter excéntrico del varón en el hogar. Oportunamente el apartado 32 de la Plataforma de Acción de Beijing afirma: "El cuidado de los hijos, los enfermos y las personas de edad son una responsabilidad que recae desproporcionadamente sobre la mujer, debido a la falta de igualdad y a la distribución desequilibrada del trabajo remunerado y no remunerado entre la mujer y el varón".

El feminismo liberal extendía a las mujeres la mentalidad patriarcal romana según la cual los hijos son presentados como algo que se puede tener o no tener según los propios gustos: El pretendido derecho al aborto consiste en un trasladar a la mujer las injustificables prerrogativas que el paterfamilias tenía sobre la prole: el ius vitae necisque, el derecho de vida y muerte (Solari, p. 52). Tal traslado se justificaba en cuanto el hijo concebido no sería más que portio viscerum matris.

Las diferencias entre este feminismo y el neofeminismo radican por tanto en que en el primer caso, la procreación se ve como un derecho exclusivo de los padres en el que no cuentan los hijos, mientras en el segúndo los derechos de los hijos a nacer y a tener condiciones vida dignas, en cuanto parte más débil de la relación, son los derechos prioritarios. De ahí, y además de las razones ya apuntadas con anterioridad, lo absurdo de la pretensión del feminismo liberal (Faludi, 1993) de establecer un continuum entre patriarcado y neofeminismo.

El hijo tiene una dignidad propia: es un fin en si mismo, y por ello no puede ser objeto de transacción, de adquisición, de compra o venta. Cualquier intento de aplicar categorías procedentes de este ámbito nos retrotrae al terreno de la esclavitud. Por eso se ha dicho con razón que la lucha por los derechos del niño prolonga la historia del abolicionismo (A. Ollero 1994). Al reconocimiento de esta dignidad del hijo se oponen las condiciones de miseria, y de la promiscuidad sexual, dado que buena parte de niños que viven en condiciones infrahumanas han sido concebido fuera de las relaciones conyugales (Informe del Consejo Pontificio para la familia, presidido por el cardenal López Trujillo). Se trata de los que Bernanos designó como enfants humiliés (fruto de la síntesis entre miseria y lujuria) y principales victimas del mundo moderno, en cuanto niños y pobres ya que la modernidad está basada en el egoísmo y el éxito crematístico como principales valores.

La familia tiene derecho a recibir protección y apoyo para realizar su misión. (cf. plataforma de acción, apartado 30). El Estado debe respetar su configuración y los derechos inalienables (Ibíd. apartado 2 y 11) de mujeres y varones entre ellos el de decidir libremente cuando tener un hijo. En ello coincidirían todas las posturas representadas en Beijing, contra el país inadecuadamente autopropuesto como anfitrión: China, en el que rige el control estatal de los nacimientos y el aborto e infanticidio masivo de las niñas.

En conclusión, para evitar las jerarquías entre los seres humanos, primero, el varón, después la mujer, por último los hijos, hay que mantener clara la jerarquía de los derechos, y de las obligaciones, primero está la vida, y en segundo lugar la propiedad, como subordinada a la primera. La clave del reconocimiento de la dignidad humana debe ser el servicio a la vida. La salud y la superación de la pobreza y la violencia exigen transformaciones económicas radicales y transferencias del Norte al Sur.

La familia en la que se respeta el derecho a la vida de todos está llamada a ser la principal promotora de la paz y del desarrollo.

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* Teresa Puente ha defendido con singular rigor y coherencia la compatibilidad entre los derechos de las mujeres y los derechos de los niños desde la concepción, frente a los feminismos reduccionistas. Por ello me parece especialmente oportuno dedicarle este trabajo, en el que se subraya como la evolución del feminismo más reciente conduce a posturas convergentes con la suya.

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Jesús Ballesteros. Universidad de Valencia
Fuente: www.cfnavarra.es/INAM (Instituto Navarro para la Igualdad)